El Diluvio Universal
Estaba yo preparando un artículo para ésta, mi humilde página bloguera, en la que el actor secundario iba a ser un amigo mío - emprendedor, el hombre, de los que se ganan la vida con su propio dinero, creando microempresas que dan trabajo y sustento a media docena de familias – y en el que el papel de protagonista se lo tenía reservado – no podía ser de otro modo – al superjuez de la farándula, a ese negligente juez que ostenta la titularidad de uno de los juzgados de instrucción de la Audiencia Nacional, cuando la actualidad ha caído sobre mi teclado como un chorro de agua helada, para darme noticias frescas de tan ilustre personaje.
Éste amigo mío fundó una empresita de fabricación de ordenadores que, básicamente, funciona importando componentes de todos los lugares posibles de oriente y alguno que otro de occidente, para montarlos aquí con marca propia. No les fue nada mal durante años, pero se le olvidó que la legislación española, incapaz de exigir al Estado el cumplimiento de su deber en materia de impuestos, seguridad social y recientemente, el canon digital, nos convierte a los empresarios, no sólo en recaudadores de tributos, cánones – éste, encima, para una sociedad privada como la Sociedad General de Autores – y seguros sociales, sino que nos hace responsables de vigilar que aquellas empresas con las que nosotros trabajamos, cumplan con la legislación vigente en estas materias. Es decir, que lo que no es capaz de hacer el propio Estado, pretende que lo hagamos los empresarios bajo penas y calamidades de dimensiones ciclópeas para ser soportadas por las empresas.
Lo cierto es que mi amigo vigilaba sus operaciones, pagaba con factura, importaba legalmente y adelantaba dinero al Estado por la vía de la liquidación de IVA. No podía suponer que alguno de sus proveedores, no hacía a su vez su correspondiente declaración y se quedaba con el IVA que mi amigo les había pagado. Un día intervino un juez y, preventivamente, bloqueo varias decenas de millones de las antiguas pesetas de mi amigo, hasta que se aclarase la situación. Empezó un calvario judicial en que jueces y fiscales, al tomarle declaración, le decían que no se preocupara, que era evidente que él era una víctima y que todo se arreglaría. Pero se cruzó en su camino Baltasar Garzón. Al ser una investigación internacional, recayó en su juzgado hace años y nunca más se supo. Por eso ha perdido la esperanza. Garzón está a otra cosa; el está desenterrando muertos, dictando conferencias, haciéndose fotos, dictando más conferencias, desenterrando más muertos – ora en Chile, ora en Colombia, ora en España – siempre que se trate de muertos tirando a coloraos, como el corazón y el cerebro de su jefe, y acorde a su filiación política y sobre todo, siempre que no tenga que ocuparse de sus asuntos.
Por eso mi amigo se desesperó arruinado. Por eso hoy hemos sabido que por su negligencia han sido puestos en libertad dos peligrosísimos traficantes – Vardar y Eren – como en el pasado supimos de sus intervenciones en el caso Nécora, por el que el Estado español fue condenado por el tribunal de Derechos Humanos, El caso Abu Dahdah, donde procesó a Bin Laden, el caso Telecinco, donde procesó a Silvio Berlusconi, el caso Pinochet, donde procesó al difunto general, el caso del Lino, donde los 18 imputados fueron exculpados, el caso del Bórico, donde procesó a los peritos y no a los policías corruptos y, cómo no, el caso Ynestrillas, mi hermano, por el que lo mantuvo en prisión durante tres años, a pesar de sus reiteradas huelgas de hambre y por el que - como todo el mundo sabe - jamás logró proponer una sola prueba condenatoria hasta el punto de que finalmente fue absuelto.
De los que no logramos saber nada fue de los casos “Privilege”, donde desmontó un buque sin encontrar ni polvos de talco, de las traducciones de las cintas del 11-M que se le olvidó hacer, del chivatazo que permitió la fuga de varios etarras, cuya investigación ni tan siquiera ha empezado, o de las anotaciones preventivas en los registros de la propiedad, relativas a las Herriko tabernas, de las que también se olvidó. Y por supuesto del caso de mi amigo.
Y es que no se puede estar en todo, dirá el ínclito juez. Si estoy escribiendo, dictando, desenterrando, persiguiendo babuinos y jugando partidos por la paz, la alianza de civilizaciones o “el proyecto hombre”, ¿cómo voy a ocuparme de mi terrenal juzgado? ¡Pero si estoy a punto de procesar a Dios, por los desaparecidos en el Diluvio Universal!, dirá indignado.
Sólo espero que, al igual que le pasó a Guillermo Ruiz Polanco, esta vez no le salve ni la Santísima Trinidad; Ya está bien de Jueces estrella, auténticos miserables del poder absoluto.
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