Editorial de LGE programa 28: Después del muro de Berlín




El 9 de noviembre de 1989 caía, aparentemente, el Muro de Berlín. Fue la consecuencia de 10 años de lucha final de la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza. Fue la victoria parcial de la Europa cristiana, comprometida y con valores, frente a la sinrazón de la utopía marxista, que mentía predicando libertad, propiedad colectiva, patria universal y progreso, mientras asesinaba a los disidentes y a los que huían, practicaba capitalismo de estado y convertía todo lo que estaba tras su telón de acero en un inmenso Gulag con 100 millones de muertos a sus espaldas.

Pero hemos dicho aparentemente y lo hemos dicho a conciencia. Y hemos dicho también que fue la victoria parcial – efímera, cabría decir - de la Europa cristiana, que no es la que cínicamente ha celebrado el acontecimiento 20 años después.

Y es que hoy el único muro que no permanece en pie es el que se vende a los turistas en la puerta de Brandemburgo como si fuera auténtico. Los demás están donde estaban.

Fue la auténtica Europa cristiana, la que apoyada en valores indiscutibles, como la libertad del ser humano, construyó Solidaridad en Polonia, desde abajo y derrocó los viejos regímenes. Fue Juan Pablo II quien gritó al inicio de su pontificado “no tengáis miedo”, en lo que después fue un desafío. Fue la Europa nacida del pueblo luchador, trabajador y convertido en ejército popular, la que derribó el muro.

No fue tampoco la Europa que después se negó a reconocer en su Constitución la esencia cristiana que la hizo posible y que paso a paso, inexorablemente, avanza hacia su destrucción, tal y como Ramiro dijera de los pueblos sin patria, sin el necesario sentimiento patriótico esencial en la médula misma de sus gentes. No fue desde luego la Europa que desde Estrasburgo juzga el crucifijo en las escuelas como ultrajante, para los alumnos no católicos, mientras se deja invadir por ritos, gentes y costumbres de otras culturas a las que ni tiene el valor de enfrentarse, ni la intención de hacerlo. Sigue en pié, por tanto, la Europa de los mercaderes sin valores y la Europa del panteísmo anticristiano.

Sigue en pié también el comunismo. Es cierto que fue desplazado de Polonia, Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia, Albania y de la URSS, al menos en sus estructuras más obvias. Es cierto que hubo valientes chinos en Tian’anmen, muertos por la libertad, pero no es menos cierto que el Mundo Occidental no ha tenido valor de acabar lo que supuestamente empezó, quizá porque tenía otros planes comerciales.

China es hoy, con diferencia, la potencia mundial emergente más poderosa de la tierra. Tiene el decidido afán de acabar con la hegemonía capitalista americana.... y sustituirla por la suya. Y si para ello ha de seguir gobernando con la mano izquierda desde la represión más terrible, la más absoluta de las miserias para su pueblo, la explotación de mano de obra infantil, el sacrificio humano de niñas y el liberticidio, mientras con la derecha saluda al capitalismo salvaje – otra nueva suerte de capitalismo de Estado - y se convierte en el socio comercial preferente de Europa, lo hará porque tiene 1300 millones de almas para hacerlo y ningún recelo en justificar los medios por el fin.

Pero no sólo es China. Corea mantiene su régimen intacto tras derrotar al poderoso EE.UU. La Monarquía de la dinastía Castro – también convertida, eso sí, al capitalismo turístico sexual - sigue agarrotando Cuba con la misma hoz, el mismo martillo y la misma opresión con que golpea a su pueblo desde hace décadas con la permisividad de la cúpula dirigente, que explota abiertamente esta fuente de ingresos.

Y, por si fuera poco, se ha extendido el manto de populismo y de represión a Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, se pretende Honduras y - en versión más suave – se contempla con simpatía al Lula de Brasil, a la Kirchner de Argentina, al propio Obama en los EE.UU y al analfabeto funcional del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero; ese que en su cruzada particular por cambiar la historia, erige estatuas a Durruti, cierra el Valle de los Caídos, proclama la retirada de los crucifijos de escuelas, cuarteles y hospitales y se planta en el Muro de Berlín, diciendo que los españoles teníamos muy próxima la sensación de la caída del muro, porque “acabábamos de vivir la caída del muro de Franco.” No hay muros intelectuales ni escrúpulos para esta bestia, cuando se refieren al pasado. Pero ¡ay del que tenga que contar con él en el presente! ¡Que se lo pregunten a los 16 españoles del Alakrana, ahora que por la traición con el Playa de Bakio somos el objetivo de todos los piratas del mundo!

Y sigue también en pie el capitalismo salvaje. El que hizo que nacieran - antes de corromperse bajo el yugo soviético - todas las reivindicaciones justas del obrero, explotado por una fórmula de libertad que consiste en dejarle elegir... la forma de morir. El que hizo nacer el marxismo como forma de rebeldía.

Este capitalismo que hace ahora aguas merced a su propia voracidad y que, ante la falta de oposición del estado totalitario y universal soviético, impone ahora una nueva dictadura igual de universal que la otra, llamada globalización económica, que supone, entre otros desastres, la liquidación de muchos servicios públicos, la precarización del trabajo, la deslocalización salvaje, la competencia desleal de mano de obra desesperada... Y que, sin embargo, se descompone en paro, quiebras, destrucción de riqueza, abandono de las clases medias, y aniquilación de cualquier principio moral que dote a los pueblos de capacidad de reacción.

En definitiva, el único gran triunfador de la caída del muro es ese otro oscuro muro de silencio, de poder, de sombras que manejan nuestras vidas como el Gran Hermano de Orwell - o de SITEL – y que unos llaman Bilderberg, otros G-8 y Banco Mundial, otros masonería y algunos, simplemente, SISTEMA.

No sabríamos decir si el mundo de hoy es mejor que el de antes de la caída del muro, porque a todo hay quien gane; lo que sabemos es que no es bueno, que las desigualdades continúan y se acentúan. Que el dinero es un verdadero muro infranqueable, como lo es la corrupción política; que aún quedan muchos muros de la vergüenza como el de Cisjordania o el del Sahara. Sabemos que ni comunismo ni capitalismo son la solución de nada y que aún queda una tercera vía, que es el nacional-sindicalismo.

En los próximos días la Memoria Histórica oficial volverá a engañar a los nuevos parias, contándoles las heroicidades de El Campesino y del asesino Carrillo, y negándonos el mínimo derecho al recuerdo y la reivindicación.

Comenzamos noviembre recordando a intelectuales como Ramiro de Maeztu, a jonsistas como Ramiro Ledesma, a estudiantes falangistas como Alejandro Salazar, a las miles de víctimas de Aravaca y de Paracuellos, asesinados por los mismos que construyeron el muro y seguiremos así, camino de un nuevo 20 de noviembre en que nos asesinaron a José Antonio; porque no han caído aún los muros de la injusticia, de la mentira, de la incomprensión y la sinrazón; Aún así, seguiremos lanzando nuestro mensaje, escalando cuantos muros nos levanten delante; seguiremos siendo la única alternativa. Acomódense y escúchennos. Por Martín Ynestrillas






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