Editorial y audio LGE nº 44: Salud sexual y reproductiva o el derecho a matar a tu hijo



El pasado 5 de julio quedará inscrito en la historia de nuestro país como uno de los más tristes de toda nuestra existencia. Entre las bromas y las risas de todas las ministros del gabinete Zapatero, capitaneadas por la más ignorante - y por tanto más peligrosa de todas ellas, Bibiana Aído - se había aprobado cuatro meses antes la denominada con verdadera cobardía Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción voluntaria del embarazo, que desde el lunes pasado es una realidad.

Una ley que, como la anterior, no lo olvidemos, la que defiende el Partido Popular por boca de su Secretaria General María Dolores de Cospedal, consagra la muerte por voluntad de la madre – y ahora como derecho - de más de 100.000 criaturas cada año y que acumula ya en 25 años de barbaridad jurídica, más de un millón de muertos: tantos como los que se produjeron en el conflicto civil español del que tanto gusta recordar Zapatero.
Una ley que inició su recorrido hace ya muchos años, perfectamente planificada, para avanzar lenta, pero inexorablemente al aborto libre que ya era de facto y hoy lo es de iure.

Una ley que nace para amparar lo que todos los órganos consultivos y jurisdiccionales preguntados o involucrados en el proceso, reconocieron como grave defecto de la anterior, que permitió que el 98 % largo de los abortos lo fueran por la sospechosa causa de poder generar un problema social para la madre.

Una ley que fue engendrada para impedir que los casos de Morín, Isadora, Dator y tantos y tantos otros criminales abortorios, que pisoteaban la ya miserable letra de la ley pasándola por el forro de sus caprichos, pudieran comportar responsabilidades penales o pérdidas económicas de tan lucrativos negocios y tan vinculados, en algún caso, a los mismos que han tenido que votar la ley, incluso haciendo valer un peculiar carácter retroactivo a favor de los que deberían ser reos por asesinato y que no son otros que los facultativos que los practicaban.

Nadie ha mirado en el interior del útero materno. Nadie ha mirado esas pequeñas vidas que sospechosamente y de un renglón a otro de los dictámenes, pasaban de ser personas a bienes – o sea cosas – y por tanto a poder ser discutidos en materia de derechos. Nadie ha querido mirar al final de ese cordón umbilical y fijarse en esas criaturas que para Aído son "vivas pero no humanas" y que, a pesar de todo, cuentan con menos derechos y protección que las vidas del lince ibérico o de la mayoría de las especies de escarabajo europeas.

Nadie ha querido darse cuenta de que, cuando se usan los manidos argumentos de la violación salvaje como causa de la sentencia de muerte para el chiquillo, sin posibilidad de defensa alguna, se otorga más valor a la vida del responsable de esa violación, al que no se puede condenar a morir porque se ha rechazado la pena de muerte en nuestra garantista legislación, que al producto dulce, independiente, distinto y sobre todo inocente de esa violación que es el nasciturus al que se condena a la más penosa y salvaje de las muertes.

Pero tampoco nadie ha querido mirar en el interior del corazón y de la cabeza de la madre, arrastrada por los consejos, por el miedo, por la falta de alternativas y de ayuda eficiente, por la costumbre, por la miseria moral de nuestra sociedad, por la mentira, por el engaño y por el negocio, a acabar - en un momento de extrema debilidad - con la vida de un hijo que ellas, las madres y también muchos padres, saben ya para siempre que eran sus hijos y que ya no los verán más. Nadie se ocupará después de ver la realidad, el tremendo daño causado también a la madre que, sistemáticamente, como veremos hoy, termina en una espiral de dolor y de asco autoinculpatorio que difícilmente logran superar.

Hoy tendremos ejemplos valientes, veraces y suficientes y verán ustedes que si alguna vez lo hicieron, nunca más, en el futuro, podrán volver a olvidar la historia del fracaso social y moral que resulta del aborto. Acomódense y escúchennos.
Wikio

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