LA HORA DE LOS BELLACOS, LA HORA DE LOS VALIENTES
Que la época que nos ha tocado
vivir se caracteriza fundamentalmente por la miseria moral de su clase
dirigente, ya sea política, intelectual, social o empresarial, es un hecho que ofrece pocas
dudas y, por tanto poca discusión.
Que como consecuencia de ello, la
mentira, la falsedad, el invento, la tergiversación, la manipulación, la
corrupción y el engaño son la moneda de cambio habitual y el mecanismo de
conquista de voluntades es también un hecho, aunque éste - en el país del
relativismo moral perpetuo, que lidera el ranquin de zafiedades y ediciones de “Gran
Hermano”, y que supera en índice de audiencia, en la principal franja horaria, cualquier
otro programa por goleada – siendo indiscutible, no será fácilmente reconocido por sus
víctimas, entre otras cosas porque son las mismas que disfrutan de ese y otros
vertederos intelectuales y que, de cuando en cuando, deciden con su sopesado, sesudo y democrático voto, quiénes
han de gobernarnos, de qué manera han de hacerlo y a quién corresponde el
derecho temporal de seguir tomándonos el pelo, robarnos a manos llenas y, eso
sí, darnos permanentes lecciones de ética, moralidad, equidad y justicia
democráticas, a lo cual llaman – maldito sarcasmo – solidaridad y/o libertad,
según se trate de unas u otras miserables falacias.
Estos días asistimos al dantesco
espectáculo y a la macabra manipulación de la realidad catalana, antes, durante
y por supuesto después – anticipando ya lo que sí y lo que no ocurrirá – de las
elecciones al Parlamento Autonómico catalán de este mes de septiembre.
Espectáculo que cabría esperar de
Mas, de Junqueras y de toda esa patulea de embusteros estructurales que constituyen
la “realidad catalana”, porque siendo ellos los máximos responsables del
latrocinio al que han sometido a Cataluña – y por extensión al resto de España-
desde que llegaron al poder, allá en el pleistoceno, no les queda más remedio
que seguir alimentando la falacia y la falsa ilusión de los “juguetes rotos”
que han fabricado tras décadas de control educativo, como el jugador de máquina
tragaperras o de casino sigue jugando compulsivamente, alimentando máquinas y
mesas, con la esperanza – que conocen perfectamente falsa – de que un golpe de
suerte, que jamás se produce, les devuelva lo ya perdido o al menos parte de
ello. Es la razón del ludópata.
Razón por la cual el sistema de conteo de votos sigue manteniendo distribuciones peculiares en función de la provincia y la población y haciendo posible que menos votos arrojen más escaños, torciendo el sentido de cualquier referéndum que sí tuviera el carácter de plebiscitario, si ello fuera posible, sea sobre esto o sobre la caída de la hoja.
Claro que en el casino nadie
espera que el crupier, ni el dueño del casino, ni el vigilante de seguridad que
sigue las evoluciones a través de los monitores, te aseguren, te sugieran, te
inviten a pensar que, si la cosa no sale bien, si pierdes todo, no tengas por qué
preocuparte, porque enseguida habrá alguien que renegocie tu deuda, reconozca
tu singularidad y termine dándote
buena parte de lo que ya te jugaste, con el delito añadido de que lo que te jugabas no era tuyo, sino de aquellos
a los que engañaste para que te auparan al poder.
Y eso es lo que hacen todos estos
cretinos de la derecha y de la izquierda democrática y parlamentaria de toda
clase y condición: Mentir, engañar, volver a mentir, volver a engañar y terminado
eso, desempolvar del cementerio a los elefantes causantes de las anteriores
oleadas de indignidad, para que le pidan al
jugador que siga apostando, que no hay riesgo de perder y que siempre hay
un premio de consolación, más grande cuanto más apuestas.
Y de estos, a diferencia de la
casta convergente y republicana a la que no le queda más remedio, como ya hemos
dicho, cabría esperar justo lo contrario de lo que hacen cada día: Obviar la
falacia y actuar en consecuencia con todas las de la ley. Pero no.
Estos días oímos hasta la
saciedad que nos enfrentamos a un proceso secesionista, que se dilucidará en
unas elecciones plebiscitarias a finales de mes: ¡MENTIRA!
No hay elecciones plebiscitarias,
sencillamente porque no está ni el ánimo, ni en el espíritu, ni en la letra, ni
en las atribuciones de la convocatoria electoral. No puede estarlo, porque la
institución y la convocatoria sólo tienen un carácter, que es el que le otorga
la legislación, para elegir un nuevo Parlamento. Es decir, para lo de siempre,
para decidir quién se lo sigue llevando crudo ante la estupidez congénita del
votante engañado voluntariamente.
Razón por la cual el sistema de conteo de votos sigue manteniendo distribuciones peculiares en función de la provincia y la población y haciendo posible que menos votos arrojen más escaños, torciendo el sentido de cualquier referéndum que sí tuviera el carácter de plebiscitario, si ello fuera posible, sea sobre esto o sobre la caída de la hoja.
Las coaliciones podrán vestirse
de lagarterana, los políticos afirmarlo a diestro y siniestro y los imbéciles
entrar al juego de aceptarlo y discutir cada día, hasta la saciedad, lo que
ocurrirá si gana el Sí en el “plebiscito” o si gana el No, como si alguien, de
verdad, les hubiera formulado esta u otra cualquier pregunta parecida. Pero la
realidad no cambia: NO HAY PLEBISCITO. NO HAY PREGUNTA ACERCA DE LA INDENPENDENDIA;
NO HAY RESPUESTA, POR TANTO, y MIENTE QUIEN LO DIGA Y QUIEN LO ACEPTE COMO INEVITABLE.
Es como si el Barça decidiera el
próximo domingo saltar a la cancha, a jugar cualquier partido, afirmando que el
vencedor de ese encuentro deberá ser proclamado campeón de liga, porque así lo
ha decido el Barça y se proclamará unilateralmente, piense lo que piense el
rival, y el resto de rivales de la Liga. Podrán jurar en arameo, pero seguirá
siendo tan mentira como que en las próximas elecciones se vote la independencia
de Cataluña.
Pero lo grave de esto, insisto, no
es lo que digan el ladrón, sucesor del delincuente confeso, y el repugnante de
su socio republicano, sino lo que se empeñan en explicar todos los demás anticipando
lo que suponen, tendría graves consecuencias.
Así, oímos a empresarios, a Jefes
de Estado y de Gobierno, a Confederaciones de Cajas, a Entidades Bancarias, a Instituciones
Europeas e Internacionales en general e incluso a locutores y periodistas de
medios extranjeros – los de aquí ya ni lo explico – discutir acerca de si los
catalanes serían o no expulsados de la Comunidad, de la Península Ibérica, de
la Zona Euro… De si sus economías se resentirían o de si sería posible “exportar”
sus productos a “España” o tener moneda común.
¿Es que ya hemos aceptado que eso
es lo que se pregunta y que, como consecuencia, eso es lo que pasaría “si
ganara el Sí”, por el cual nadie ha preguntado? ¿Es que somos tontos de baba? ¿Es
que no nos damos cuenta de la trampa saducea, incluso mejor tramada, con
mejores expectativas (escaños frente a votos) y con mejor acogida que el famoso
referéndum ilegal, que supone entrar en este juego?
¿Qué forma ha tenido que adoptar
la coalición JUNTOS POR EL SÍ? ¡La de Partido Político!, ¡La de agrupación política
conforme a la legislación vigente, para participar en unos comicios para la
elección de una Cámara de Representación!
Pero es que además vuelven a
mentir, todavía más torpemente que los miserables secesionistas, afirmando cual
sería el caótico escenario: “Si vence el sí, si se produce la secesión, si se
declara la independencia entonces Europa…. La moneda…, las siete plagas…”:
¡MENTIRA!
Si se produce la secesión no será
por lo que digan las urnas al Parlamento Catalán – y desde luego no ocurrirá lo
que dicen los banqueros - sino porque una serie de delincuentes, de traidores a España, atribuyéndose unas
facultades que no tendrán, en contra de la voluntad del pueblo Español – no por
mayoritaria o minoritaria sino por Constitucional, por ordenamiento jurídico –
la declaren de una de dos maneras posibles: o unilateralmente o consensuada
con el Estado español del que pretenden separarse. No hay otra forma y miente
quien diga lo contrario.
Y ante estos dos únicos escenarios
posibles, digan lo que digan los mojigatos, periolistos, peperos, prurisociatas
y populistas de toda clase y cuño, no hay más que dos opciones por parte del
Gobierno de la Nación:
Ante la declaración unilateral,
la suspensión del órgano legal; la detención, proceso, juicio, condena y
encarcelamiento posterior, conforme a derecho, del o de los que formulen la
declaración; la intervención de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado
para mantener el orden y la ley ante el previsible altercado, e incluso del
Ejército en caso necesario; y la convocatoria de nuevas elecciones para reponer
en la cámara nuevos ciudadanos españoles, catalanes por supuesto que, en el uso
de sus atribuciones, sigan gobernado Cataluña como les plazca, pero cumpliendo
con la ley que hasta ahora siempre han ignorado, y al amparo de la legislación
vigente o de otra que se modifique por los cauces correctos, algo que,
personalmente anhelo, para acabar con un Régimen Jurídico del que,
precisamente, parten buena parte de nuestros males.
NO HAY MÁS SALIDA LEGAL, LÍCITA
NI POSIBLE, por mucho que al cagón del Presidente del Gobierno le aterrorice
tener que tomar esta decisión, de cuya función, por cierto, debería quedar
relevado civil o militarmente y mediante detención, si no la tomara,
incumpliendo la ley, y si en España quedara, para entonces, alguien con pelotas
para hacer lo que legalmente correspondiera, que esa es otra.
Ni salidas del Euro, ni
desconexión, ni caída de las “exportaciones”, ni cierre de fronteras, ni nada
de todo eso con lo que se atiza, no solo el deseo de “votar independencia”
aunque no sea eso lo que toque votar, sino el miedo de los catalanes y de los
no catalanes, ante el caos.
No es un deseo mío, no es una
película de ficción o una propuesta mía. Es la única salida que incluso en
épocas anteriores, se ha utilizado al amparo de la ley, para sofocar la
maldita, anacrónica, artificial, ficticia y miserable secesión de los que, hoy subidos
en el euro suizo y andorrano, se han atrevido a proclamarla. La Segunda República,
que tanto inspira a todo el arco parlamentario, fue la última que no tuvo otro
remedio que hacerlo, con alto coste, por cierto, en vidas y haciendas, de
muchos españoles, nacidos o residentes en Cataluña.
Pero la mentira es aún más burda
en este segundo escenario - el más probable y más próximo a todos esos “intelectuales” de PSOE Y PP que señalan
la necesidad de recoger la “singularidad
catalana” como si en el resto de España e incluso del mundo, no fuéramos conscientes
de tal singularidad y como si ésta no estuviera ya recogida en usos, costumbres
y textos legales singulares.
Los catalanes tienen lengua
propia, impuesta a sangre, fuego y multas, por sus atracadores gubernamentales
que, por supuesto, hablan mucho y cuando les place y en muchas ocasiones cuando
sus centinelas obligan. Tienen un derecho particular que hace que, por ejemplo,
los herederos o los regímenes matrimoniales sean distintos al resto de España.
Tienen un régimen fiscal y recaudatorio distinto al resto de España. Tienen
tantas manifestaciones culturales propias, como conjuntas con el resto de España.
Y tienen, sí, una lengua común – aunque persigan a sus hablantes, como bien ha
recordado recientemente Norberto Picó - con el resto de España y una historia común
– la real, no la inventada – y una Religión – el catolicismo – común al resto
de España, a buena parte del resto de Europa y a todo el mundo hispanoamericano,
que los hace a la vez singulares y muy hispanos. No hay gesta catalana que no
se corresponda con una gesta española. No hay gesta española que no esté
trufada de valientes procedentes de esa noble, peculiar y rara tierra española.
¿Qué significa reconocer la singularidad, merluzos?
¡Cobardes! Es lo que son. Creen
que cualquier salida es buena aunque suponga un terrible agravio para el resto
de españoles, con tal de no tener que enfrentarse a sus obligaciones y sus monstruos.
No quieren ni oír hablar de la Constitución y el Ejército y para ello están
dispuestos a mandar continuos mensajes de falso crupier, invitando a seguir jugando. No se les pasa por la cabeza,
siquiera, la posibilidad de acabar para siempre con tanta mentira tomando el
control allí donde lo abandonaron tan pronto con concesiones parecidas a las
que ahora pretenden: la educación y las finanzas, aprovechando la oportunidad
que brindarán, probablemente, los independentistas de la estelada.
Y fieles a su mentira, mienten
también – y se les ve el plumero – con todas esas declaraciones institucionales
acerca del futuro de Cataluña y su encaje en el mundo posterior. ¡MENTIRA, una
vez más! Nadie los expulsará de ningún sitio ni le negará nada. Dichas
declaraciones predicen su actitud ante lo que se viene encima.
Una actitud en la que, dado que
no reaccionarán ante la declaración unilateral, como hemos descrito, aceptarán,
de facto, una situación consentida (no hay otra: o intervención o consentimiento)
y en tal caso…. ¿de verdad alguien se cree que en la Europa de los mercaderes,
de los atribulados liberales y socialdemócratas, habría nadie con narices
suficientes para, ante la inacción y reconocimiento de facto por parte de
España, negara su legitimidad a una Cataluña independiente y con ella el
regreso a las instituciones internacionales?
¿Alguien cree de verdad que no se
sucederían, ante la dejación española, los reconocimientos internacionales, por
parte de nuestros enemigos, primero y por todos después, de la nueva nación? ¿No
vemos ya a los gorilas rojos de medio mundo nombrando embajadores? ¿A los irlandeses,
bálticos, balcánicos, etc. haciendo reconocimientos más o menos ambiguos pero
igualmente válidos? ¿NO vemos a la Sociedad de Naciones, a la ONU, golpeándonos
en el bajo vientre por esta causa?
Lo que nos jugamos próximamente
no es la declaración unilateral de independencia, sino su consentimiento de facto. Lo que nos jugamos es que la cobardía
institucional, la dejación de funciones, la tolerancia democrática, las
mentiras piadosas y el cansancio de la gente terminen por afianzar una situación
irreversible, ante la mirada atontada de quienes no deseándolo, estarán
demasiado entretenidos viendo “Gran
Hermano”.
No se vota eso, pero puede
ocurrir y probablemente ocurra, incluso aunque no se vote. Y entonces sólo
quedará apelar, otra vez, a un puñado de valientes.
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