Malditos entre los olvidados.

Mi intervención durante la presentación del libro en "Reconquista"

El día en que conmemorábamos el aniversario del asesinato de Matías Montero, en 2011, tuve la fortuna de participar activamente en la presentación de un libro, precursor de este - y del mismo autor - que lleva por título “De cada cuatro cayeron tres”, de Editorial Barbarroja.
Andaba entonces yo comprometido con un proyecto al que dedicamos cientos de horas, y que no fue otro que la realización semanal de un programa de Radio Televisión por internet que llevó por título "La Gran Esperanza, la Voz de la Falange".

Había caído en desgracia - por las mismas cosas de siempre - desde la antigua Radio Inter - donde nació - a la triple "W" de la internet: la incomodidad que causábamos a los medios de derechas, recién llegados al grupo de la mano de La Gaceta, la triste apatía que caracteriza a los que frecuentemente agrupamos bajo el adjetivo “camaradas”, en sentido amplio, la falta de medios para sostenerlo en horarios y frecuencias más decentes y, desde luego, el cansancio de los mismos hombros soportando esfuerzos permanentes, premiados con el silencio general de aquellos a quienes iba dirigido.

Pero aún quedaron ganas para volver a levantar 70 ediciones más de aquel proyecto que se convirtió, durante unos años, en una realidad semanal que, pese al razonable éxito de audiencia (para nuestras magnitudes) y, sobre todo, de invitados, entrevistas, autores y debates, terminó por sucumbir por las mismas causas de la primera vez.

Fue al amparo de aquel proyecto que empecé a entender la trascendencia de nuestra labor, pequeña y semi-ahogada, en la difusión de ideas, en la recuperación de la verdadera Memoria Histórica, en la extracción del olvido de tantos y tantos camaradas que, de diversas formas, se dejan hasta el último aliento, al servicio de una causa común de tintes más bien azules.

Y así, tomé un contacto más directo con nuestros habituales editores a los que nunca podremos agradecer suficientemente su labor permanente y discreta; con nuestros autores, que existen, bajo esa losa de silencios oficiales y con el esfuerzo de muchos por no dejar en el abandono, el trabajo puro de tanta gente.

Andaba entonces yo, además, empeñado en un ciclo de conferencias que llevó por título "La Transición de Plomo" y que me tuvo rodando por algunas ciudades españolas y que, con la misma idea primigenia, sólo tenía una misión: tratar de recuperar para la memoria colectiva la suerte de los nuestros y de nuestras acciones y devolvernos la dignidad arrebatada, el reconocimiento a lo realizado, el ejemplo a seguir para futuras generaciones que, de otro modo, se perderían para siempre.

Si entonces yo centraba mis esfuerzos en una corta memoria de los costes humanos de la transición – mi propia memoria de combatiente político de la época -  aparecía a llenar un hueco sonoramente vacío aquel primer estudio de Córdoba, que rescataba, íntegramente en azul, buena parte de la sangre derramada y desconocida por muchos, en la que bebían nuestros ideales, antes de nuestra Cruzada.

Aquel libro, cuya misión me resultaba imprescindible, miraba sin embargo, en la misma dirección en que solemos mirar demasiadas veces los falangistas: hacia atrás.

Y si bien es cierto que es sobre la sangre de aquellos, sobre la que hirvió no pocas veces la nuestra, no es menos cierto que ya hemos derramado sangre nueva tantas veces, en todas las épocas y con todos los enemigos posibles, como para registrar un nuevo martirologio que nos devuelva la mirada hacia adelante, hacia lo contemporáneo y que nos haga entender que aquello por lo que se moría entonces, es también aquello por lo que se muere hoy, pero que permanece las más de las veces todavía más enterrado que entonces en el olvido. Incluso en nuestro propio olvido.

Cristóbal tomó el compromiso entonces de seguir hacia adelante y le honra una afirmación propia a la que tendremos que acostumbrarnos, tristemente: este nuevo libro, hoy de Ediciones Esparta, no está terminado. No puede estarlo.

Ha sido tanta la vergüenza con la que a veces manifestamos nuestras propias convicciones cotidianas, nuestra verdadera naturaleza, nuestra ideología, que resulta difícil creer que vayamos a ser más locuaces, más estrictos, más beligerantes, con aquellos que se dejaron la vida en nombre de esas mismas convicciones. Y así, se esfuman entre los dedos, en el silencio, en el abandono histórico y en la renuncia a la defensa de lo nuestro, los ríos de sangre, de acción y de pensamiento, que las diversas falanges se han dejado en la tierra a lo largo de su existencia y hasta nuestros días.

Córdoba afirma con verdadera pena, la losa que ha tenido que levantar, cada vez, contra el silencio, contra la falta de información, contra la falta de fuentes. Ha recurrido, curiosamente, a las afirmaciones de nuestros enemigos en internet, a aquellos que por mor de la Memoria Histérica, han ofrecido a veces datos que han permitido seguir la pista de los nuestros hasta construir una biografía verosímil.

Pero no está terminado. Él lo sabe y se compromete a seguir trabajando en ello. Aún falta mucho por hacer.

Lo primero, romper con los complejos y las viejas clasificaciones. Entender que no es liberal el que milita en el Partido Liberal, sino el que tiene convicciones liberales. No es comunista el que milita en el partido comunista, sino el que sigue postulados marxistas leninistas y está convencido de su fe. Que no es socialista o socialdemócrata o democratacristiano el que milita en uno u otro partidos concretos, sino el que respira por los poros la ideología que los ampara.

Y que por supuesto, no es falangista el que milita en una u otra organización de las que contemplan en su interior las siglas fundacionales, aunque como los peronistas y montoneros eso no signifique gran cosa, sino el que bebe en la fuentes del nacional sindicalismo como doctrina política, como estilo de vida, como principio de acción. El que cada día se define como tal y actúa en consecuencia. El que es capaz de entregarse una y otra vez, sin grandes reflexiones, a la acción pronta; una y otra vez, con grandes reflexiones, a la construcción lenta y eficaz de una Nueva España de hoy.

Que es falangista quien se declara, vive y piensa en falangista, milite o no en una organización de las que acumulan las siglas. Y que como tal merecen el recuerdo, el respeto, el reconocimiento de todos nosotros.

Esos complejos a los que me refiero han hecho caducar, en la misma línea de salida, trabajos anteriores o contemporáneos a los de Córdoba.

“Víctimas del Silencio, el acoso de ETA a la Falange”, es un buen ejemplo de ello. Seguro que bien intencionado. Quizá por falta de método o de rigor científico. Quizá por desconocimiento, un trabajo que estaba llamado a rescatar nuestra memoria, no pasó de un pequeño resumen.

Pero me inclino a pensar que fue más por esos complejos a los que me refiero: de un lado, la aplicación del "falangistómetro" que tan bien manejamos continuamente.

Esas separaciones entre los Camisas Viejas y los Camisas Nuevas, entre los del Régimen y los auténticos, entre los hedillistas y los de Sigfredo, los raimundistas y los…. Decenas de Feis, FEAS, FA'S, MFS… FE, JONS, etc. que han hecho que nos pasemos media vida acreditando nuestra propia condición de falangista y dejando caer en el olvido a quienes, como tales, sembraron de dolor nuestras filas, con sus ausencias, hasta que los olvidamos, incapaces de reconocerlos.

Pero aún hay un complejo mayor y más peligros aún: el de la patente de corso.

Ser falangista implica, por lo visto, ser puro, inquebrantable, cuasi etéreo. Si no eres así, no eres falangista. Y si incuestionablemente eres falangista, entonces las versiones que han puesto en duda tu halo de virtudes son necesariamente falsas. Añagazas del enemigo para tu descrédito y de la Falange.

¡Cuánto daño hacen estos complejos dando patente de Corso a algunos que quizá no debieron estar en nuestras filas, y restando memoria, recuerdo y condición a quienes siendo falangistas hasta el tuétano desde la cuna, pasan desapercibidos para evitar el contagio!

Por eso el trabajo de Córdoba viene a rellenar muchos huecos y por eso está inconcluso. Con cierto rigor ha presentado los casos más sonoros de caídos durante el régimen que desarticuló la Falange Primigenia convirtiéndola en otra cosa. Pero con ese mismo razonable rigor ha recuperado para el martirologio, fuera de complejos, a quienes en otras obras habían sido sonoramente expulsados, quizá sin querer, o quizá porque no convenía “preñar de espadones” el halo purísimo de la falange acomplejada.

Fue una de esas expulsiones sonoras la que seguramente me ha traído hoy aquí, pues de una modestísima forma, colaboro en este libro recuperando a un falangista íntegro, nieto de asesinado en Paracuellos, hijo de jonsista primigenio combatiente en mil frentes, adepto al régimen anterior, militante falangista desde la más tierna infancia y caído asesinado en acto de servicio, sin renunciar jamás a sus convicciones, y más que probablemente, precisamente por ello, a manos de ETA: mi padre.

Fue con esa terrible ausencia del trabajo de Iván García Vázquez, que antes he mencionado, que tomé definitiva conciencia de que no sólo es histórico, bueno y recomendable, sino que es imprescindible el trabajo de recopilación y homenaje, de enseñanza y reconocimiento, de todos aquellos que, movidos por un ideal y dispuestos siempre a entregarse en cuerpo y alma a la causa, regaron nuestras almas con su sangre.

Y por eso es un trabajo inconcluso y permanente. Porque estoy convencido que semilla tan fértil como la de las cinco rosas, ha tenido sin duda que dejar más siembra, aún desconocida, no recuperada y, en palabras del prologuista Salvador Ceprián, doblemente víctimas, no ya de sus asesinos, sino de la sociedad y de la historia.

Hoy tenemos la suerte – aunque no faltarán opiniones que cuestionen el falangismo de algunos de ellos – de volver a recuperar para nuestra verdadera memoria, algunos de esos olvidados. Muchos, sin duda, no cayeron POR ser falangistas, pero seguro que todos cayeron COMO falangistas.

Y es que la condición de falangista es o debe ser inherente a la conducta diaria. Y si uno es falangista es que ha asumido compromisos consigo mismo, con la sociedad y con la patria, que le impiden vivir de otro modo. Que le impiden morir de otro modo.

Así, para los que muchas veces nos jugamos el tipo en la trinchera urbana, nos agrada recuperar para la memoria a los caídos de la Transición que tanto hemos reivindicado.

Para los que alguna vez formamos parte de un comando que arrió la bandera inglesa del Castillo del Moro e izó la española, siquiera durante unos minutos antes de caer presos o ser expulsados del Peñón, nos agrada recuperar a nuestros héroes anteriores que más allá de la prisión, dejaron la vida., en una puerca soga inglesa.

Para los que hemos tenido la triste ocasión de sufrir el zarpazo del terrorismo en carne propia, nos agrada ver cómo un autor recupera la condición de falangistas de nuestros camaradas caídos a manos de ETA, si no POR, sí, COMO falangistas.

Para los que a la condición de falangistas de nuestros deudos, tenemos que añadir la tan frecuente condición de “africanistas” de muchos de ellos, por su condición militar y su pasado de servicio en los protectorados, nos agrada recuperar de un plumazo dos cosas a la vez: las milicias universitarias plagadas de caídos falangistas en defensa de la patria y la guerra de Ifni que, al parecer, nunca existió.

¡Maldita sociedad y maldita historia criminal!

Y para todos, falangistas y no falangistas, este libro propone además dos blocaos a favor de la verdadera memoria y desarma una de las posiciones más fuertes del actual adversario: Por un lado, la verdadera heroicidad de los nuestros frente al maquis y la verdadera estulticia y criminalidad de aquellas bandas, partidas de criminales, que diezmaban nuestras filas en tiempos de paz.

De otro lado, un pilar no menos importante, al que probablemente debe el subtítulo este libro: “historia de los falangistas muertos…” en vez de asesinados. Sí, muertos, porque junto a los ejecutados y asesinados, aparecen en este libro otros que llegaron hasta el final de sus vidas, a veces muy pronto, simplemente cumpliendo con el deber encomendado o que se habían dado a sí mismos.

Esa actitud no dispara tan fácilmente las emociones de heroísmo y valor, pero estoy convencido de que no les van a la zaga y de que forman parte de la esencia falangista.

Esa esencia que permite hoy seguir existiendo pese a todo, pese a todos, por ese heroísmo silencioso e innato de seguir haciendo cada día lo correcto por la causa.

A Cristóbal solo le puedo pedir que, fiel a su declaración de intenciones, no termine este libro nunca. Que no le tiemble el pulso para subir o bajar de él a quienes la historia verdadera y no el odio, la cobardía o la miseria moral, acredite el puesto.

Porque “Dulce et decorum est pro patria mori”

Quiero terminar con un texto de Rafael Sánchez Mazas, en el Teatro Padilla que, muy acertadamente, recoge al autor en su introducción, casi a modo de colofón:

“nos pusieron primero, cerco del silencio, nos pusieron después cerco de hambre; pensaron que la Falange se rendiría, pero entre el cerco del silencio y el cerco de pobreza, nosotros íbamos construyendo nuestro castillo fuerte para España. No sabían que con el dinero se hace algo; que con la pobreza puede hacerse todo; no sabían que nos habían puesto en la gran escuela clásica, estoica, combatiente, de profunda raíz española. No sabían la libertad, la dignidad, la fortaleza que dan la pobreza y el silencio”.

Y yo me permito añadir: tan silenciosos y tan pobres, pero tan dignos y libres, que una sola palabra lo encierra todo: ¡PRESENTES!


Muchas gracias

Wikio

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