¡Fuego, movimiento y choque! ¡In-fan-te-rí-a!
Hubo un tiempo en que la Inmaculada Concepción, la Reina entre las reinas, la Señora entre las señoras, la Madre entre las madres, era el día en que se celebraba el día de la madre. No le debió venir bien a El Corte Inglés, que es el que planifica los calendarios de festejos, quizá por la acumulación de fiestas consecutivas con derecho a regalo y la fiesta se trasladó al primer domingo de mayo – el mes de las flores, eso sí – aunque nunca he sabido muy bien por qué, excepto para regular un poco mejor las tendencias comerciales de los españolitos y repartir durante todo el año el afán de consumo que tanto – no obstante – va a sufrir este año con lo de haber tenido que cerrar el cinturón hasta el último agujero.
Hubo un tiempo en que la Purísima se celebraba por todo lo alto pues, no en vano, era la Virgen Madre la elegida por la Infantería Española para convertirla en su patrona. Claro que en aquellos tiempos y en otros que no son hoy, todo tenía sentido, pues eran las madres las que entregaban a sus hijos, a los hijos de España, con el deber primordial de convertirse en infantes, en soldados, en ejército de verdad, que no era otra cosa que el pueblo en armas. Y para aquello había que estar preparados, prevenidos y siempre alerta. Entonces los hombres se enfadaban si no eran seleccionados para las misiones de mayor riesgo y el servicio de armas, en tiempos de paz o en tiempos de guerra, era una de las cosas de las que se podían sentir verdaderamente orgullosos.
Eran los tiempos en que un Borbón cualquiera podía ser “deseado” hasta la muerte de todo un bravo pueblo, con tal de no ser ofendidos en nuestra independencia, en nuestra integridad, en nuestra razón de ser, por los más despreciables enemigos de España. ¡Ya resolveríamos nosotros después lo de tener que aguantar - o no - y de qué manera a nuestro repugnante Borbón! En todo caso, nunca le permitíamos a nadie insultarnos - insultar a España - sin responder, aunque nos fuera la vida en ello. Y es que entonces republicanos no había y monárquicos… tampoco.
¡Avispa! ¡Alcornoque! ¡Fuego, movimiento y choque! ¡in-fan-te-rí-a!
Felicidades madres, felicidades Conchas, Conchitas y Concepciones. Felicidades infantes, donde quiera que estéis. Y felicidades, padre, allá en los cielos.
Hubo un tiempo en que la Purísima se celebraba por todo lo alto pues, no en vano, era la Virgen Madre la elegida por la Infantería Española para convertirla en su patrona. Claro que en aquellos tiempos y en otros que no son hoy, todo tenía sentido, pues eran las madres las que entregaban a sus hijos, a los hijos de España, con el deber primordial de convertirse en infantes, en soldados, en ejército de verdad, que no era otra cosa que el pueblo en armas. Y para aquello había que estar preparados, prevenidos y siempre alerta. Entonces los hombres se enfadaban si no eran seleccionados para las misiones de mayor riesgo y el servicio de armas, en tiempos de paz o en tiempos de guerra, era una de las cosas de las que se podían sentir verdaderamente orgullosos.
Claro que entonces había una España por la que estar siempre alerta, y un coraje innato en el pueblo para impedir que nada ni nadie nos pisara un callo. Eran las horas en que las madres mataban su amor y, cuando calmadas estaban, decían a los hijos que se iban: “¡Vete, pues que la patria lo quiere, lánzate al combate y muere, tu madre te vengará!”.
Eran los tiempos en que un Borbón cualquiera podía ser “deseado” hasta la muerte de todo un bravo pueblo, con tal de no ser ofendidos en nuestra independencia, en nuestra integridad, en nuestra razón de ser, por los más despreciables enemigos de España. ¡Ya resolveríamos nosotros después lo de tener que aguantar - o no - y de qué manera a nuestro repugnante Borbón! En todo caso, nunca le permitíamos a nadie insultarnos - insultar a España - sin responder, aunque nos fuera la vida en ello. Y es que entonces republicanos no había y monárquicos… tampoco.
Había hombres y había mujeres, había madres y había pueblo, había ejército de verdad - el que se construye con el pueblo – había una advocación de la Virgen para cada arma, para cada cuerpo, para cada día de nuestra existencia y si había que ajustarle las tuercas a un Borbón o dos, se las ajustábamos nosotros, desde dentro, desde casa, desde la unidad, la independencia y grandeza de España. Claro que entonces y más tarde, el puente era el de la Purísima, el de la Inmaculada y no el de la Constitución.
¡Avispa! ¡Alcornoque! ¡Fuego, movimiento y choque! ¡in-fan-te-rí-a!
Felicidades madres, felicidades Conchas, Conchitas y Concepciones. Felicidades infantes, donde quiera que estéis. Y felicidades, padre, allá en los cielos.
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Saludos, encantado de poder leerte.