No es tan sencillo

En los últimos 17 días se me agolpan en la cabeza un montón de sentimientos encontrados, respecto al escenario militar que se desarrolla en la franja de Gaza, con el ejército israelí segando vidas a diestro y siniestro y Hamás disparando misiles.

Y digo encontrados porque, a diferencia de los politicastros de bajo nivel intelectual, político y moral como Rodríguez Zapatero, al contrario de la pantomima protagonizada por los titiriteros de turno y asqueado por la presencia en el Ulster del asesino miserable De Juana Chaos, huido de la justicia española, en manifestaciones “por la paz”, yo me pregunto algo más de lo que ocurre en aquel golpeado territorio en el que, lo que trasciende, es la tragedia humana, especialmente de mujeres y sobre todo de niños, pero lo que se dirime alcanza algo mucho más profundo y duradero.

De un lado está Israel. Un estado inventado en la postguerra, ocupando un territorio que ya tenía dueño - llamado Palestina - y empeñado, por la fuerza de las armas, la dejación de funciones del mundo occidental y el apoyo incondicional de los yanquis, en ser reconocido a toda costa por el resto de la humanidad, aunque para ello haya que pasar por encima del cadáver de la mismísima Cleopatra, si se diera el caso. Y ello, acompañado de la destrucción sistemática de los palestinos de cualquier condición, tanto por los medios expuestos como por los derivados de incumplir, sistemáticamente, todos los acuerdos de suministros y ayudas necesarios para la supervivencia en lo que antes eran los territorios ocupados y ahora son auténticos presidios con más de un millón de presos pobres y desamparados. Tal es la franja. Tres años ya de presidio, ante la atenta mirada estúpida, cobarde, cómplice y bobalicona de los organismos internacionales.

Y sin embargo, de las dos culturas monoteístas que imperan en la zona, descontado el cristianismo a estos efectos, es la de Israel, el judaísmo, la que aparentemente es capaz de organizarse social y éticamente de una manera más occidental, menos salvaje y con visos de una mayor prosperidad y continuidad para su pueblo. Sí, ya sé que la violencia desmedida, ejercida sobre Gaza sería bastante para cuestionar esto pero soy, por mi natural condición, aficionado a juzgar el uso de la violencia como consecuencia de unos hechos o de unos planteamientos socio-político-morales y no por lo que la propia violencia encierra. Me niego a condenar la violencia, en sí misma, como elemento consustancial de maldad. Nada más lejos de Occidente.

En paralelo, no dejo de juzgar que los Palestinos, en la actualidad, son mayoritariamente musulmanes y que “llegaron” a Palestina – los musulmanes, digo, no los árabes – auto-inventándose 800 años después que los judíos y que sus reivindicaciones se confunden sistemáticamente: No se llama a la recuperación de la libertad de un pueblo, ni al derecho a tener un territorio propio y legítimo, no ocupado por otras potencias; no se llama siquiera a la destrucción del Estado de Israel, que sería lícito, desde el punto de vista árabe-palestino con independencia de quién tuviera la razón: se llama a la Yihad, a la Guerra Santa, a la destrucción del infiel en nombre de Alá. Se promete la salvación eterna por la inmolación y se enfrentan a todos los que no son fieles, es decir a judíos y cristianos. Se llama a la destrucción del judaísmo y de Israel, como estado, como cultura, como religión y como pueblo, y eso, se comparta o no, hace comprensible que los israelíes, judíos o no, no se dejen fácilmente.

Si se tratase de lo primero, de la recuperación de Palestina, la causa debería afectar a todos los palestinos con independencia de su credo. Se trataría de una causa árabe, sí, pero no musulmana. Y sin embargo la historia dice lo contrario. El único caso de cristianos involucrados en este conflicto se da con las Falanges Libanesas, precisamente alineadas contra la OLP y contra la hegemonía musulmana, y responsable directa de algunas de las respuestas armadas más sonoras de la historia de la zona, en alianza con Israel, tras el asesinato de su líder y presidente. Hasta los jordanos y los egipcios, también enfrentados con Israel por causas hegemónicas similares se han guardado muy mucho de proteger - al menos abiertamente - la causa musulmana, que no la árabe, de los palestinos actuales.

Si se tratara de la causa de las milicias saharauis frente a Marruecos, frente a su hegemonía y frente a su ocupación, se entenderían todas las acciones y todos los escenarios y no sería yo quien dudase de que un pueblo sometido y en armas – un verdadero ejército – luchase por todos los medios por su libertad, su independencia y su soberanía, al margen de las consideraciones occidentales que estos hechos recibieran.

Pero en Palestina no es esto. Sólo los musulmanes actúan y lo hacen, insisto, desde el “yihadismo”, hasta el punto de que la extinta OLP y sus derivadas (Al-fatha, Hamás en la franja y, en el sur del Líbano, Hizbolá con el apoyo incondicional y el armamento del régimen iraní de Ahmadineyad) andan también entre ellos a tiro limpio, precisamente por la causa del Islam y de los imperativos de éste.

Ello, sin olvidar que los aliados naturales de éstos son, históricamente, la Unión Soviética y en la actualidad, personajes de la talla moral y política de Hugo Chávez, presidente de Venezuela.
Sin embargo, del otro lado está el poder omnímodo del sionista estado de Israel y su extraña alianza con la protestante USA. Tampoco él parece que tenga la menor intención de permitir la coexistencia, por mucho que, como cultura inteligente que es, se presente ante el mundo como pacifista perseguido por el terrorismo internacional.

Sistemáticamente y por no remontarnos más atrás, durante estos tres años e incluso durante el simulacro de alto el fuego que se estableció en 2008, recientemente terminado, Israel ha violado todas las normas relativas al abastecimiento y la ayuda humanitaria. Se fijaron cuotas diarias, pero se incumplieron cada día. Se han cerrado los hospitales, los muchachos mueren de hambre y de enfermedad y no queda esperanza alguna de supervivencia. Ni vacunas llegan ya. Influyentes líderes israelíes han declarado impúdicamente: “devolveremos Gaza 20 años atrás”.

Y todo con la excusa de la amenaza denominada “terrorista”, que tan buen caldo de cultivo saben que produce en Europa y EE.UU., harta ya de las organizaciones asesinas de distinto pelo y de tan salvajes y crueles acciones criminales. Tengo serias dudas de que se pueda considerar terrorismo lo que hacen los palestinos abocados a la desesperanza de la franja de Gaza, y desde luego rechazo cualquier analogía con ETA y su barbarie, pero supongamos que es cierto, y que para unos es un terrorismo a la Irlandesa (nacionalista real frente a la ocupación inglesa y no como la rata miserable de De Juana, que es un simple asesino sin convicción, ideal ni lógica ninguna) y para otros un terrorismo a la Al-Qaeda (musulmán, yihadista y mucho más probable, en todo caso). Bien, pues si es así, lo que es de todo punto rechazable e indecente, es la respuesta armada contra todo un pueblo, contra toda una nación, contras las piedras y palos de los desesperados, en pos de librarse de una amenaza terrorista. Piedras y palos, sí, los que manejan los que se defienden de la invasión armada, por mucho que Hamás se oculte, se esconda o incluso exija el tributo de sangre de su pueblo, con interés político, mediante la utilización sibilina de los misiles que Irán le facilita.

Si es terrorismo, es terrorismo, y las sociedades occidentales y civilizadas tienen la obligación de combatir el terrorismo protegiendo a los débiles, a los que no son terroristas o a los que, mezclados con ellos, sufren de ambos lados, el del “Estado de Derecho” y el del Terror.

¿A alguien se le ha pasado por la cabeza bombardear Vizcaya o Guipúzcoa, sólo porque allí se oculten y vivan tranquilamente la mayoría de los asesinos de ETA y sus cómplices, incluso con el apoyo moral – y más que moral - de buena parte de la población falsamente autodenominada “nacionalista moderada”? Si la respuesta es sí, no tengo nada que decir, pero entonces en España estamos tardando. La analogía no sirve para las causas, insisto, pero sí para los métodos. Si la respuesta es no, como parece más probable, entonces no cabe hablar de autodefensa mientras se asesina impunemente a más de 800 palestinos de los cuales 300, si son combatientes, merecen todo mi respeto y jamás podré considerarlos terroristas y si no lo son, ¿quién es entonces el asesino y el terrorista? Me refiero, por supuesto, a las mujeres y a los niños.

Ni escudos humanos ni gaitas. Sólo niños muertos, abocados a la lucha o al hambre y la enfermedad. No es fácil posicionarse, no. Siento como enemigo claro de toda la civilización occidental al islamismo siempre militante. Siento cómo me golpea la conciencia, cada muchacho abatido a cañonazos por el poderoso e inmisericorde Israel. Pero no es tan sencillo.

De lo que no me cabe la menor duda es de que esas instituciones que el mundo occidental supuestamente se ha dado a sí mismo son una lacra y una basura, si no son capaces de orquestar una respuesta inmediata, incluso militar y armada, para detener la masacre de unos y los atentados de Hamás. Le guste o no le guste a Estados Unidos. Y lo demás es demagogia y falta de vergüenza.

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