El domingo, en Madrid, seremos MYL

Nunca pensé que me vería obligado a tener que pelear por la memoria de mi pueblo, de mi raza, de mis ancestros en mi propia casa; Nunca pensé que tuviera que hacerlo contra otros miembros de ese pueblo, de esa raza y quizá con ancestros comunes. Nunca pensé que en 2010 tuviera que dedicar buena parte de mi tiempo a defender la memoria y la dignidad de mis muertos, la memoria y la dignidad de los muertos de otros, que pelearon en el pasado ya lejano - hace más de 70 años - por construir para nosotros una España mejor y que, sin ninguna duda, lo lograron aún con todos sus defectos. Nunca pensé que el territorio político en que tendríamos que defendernos sería el de exigir el respeto a la reconciliación, el derecho al perdón que muchos ya dimos, el necesario ejercicio de reivindicación de los valores de la civilización por la que murieron nuestros hermanos de sangre - padres, hermanos, abuelos, hijos - y la exigencia de una justicia que no permita transmutar la historia, pervertir el pasado, revolver las tibias y los cráneos de todos, con objetivos políticos cotidianos y perversos que nada tienen que ver ni con la paz, ni con la memoria, ni con la historia.

Aunque bien mirado, no es nuevo. Los que hemos sufrido la muerte marxista de antes y de ahora, los que nos dejamos nuestros "Ricardos" en cada generación de sangre, deberíamos habernos acostumbrado a que la memoria es un ejercicio subjetivo y, cuando se pretende como ahora, perverso.

La historia, en cambio, es otra cosa. Es el relato de los hechos objetivos, estudiados en profundidad, de los cuales se obtienen enseñanzas; pero es una disciplina que se ha de practicar con voluntad, sin odio, sin rencor, con rigor, con afán de superación y con interés por aprender y por comprender.

Nada más lejos de las intenciones de quienes parieron este engendro nada más llegar al poder -Zapatero- y de quienes se autopracticaron un nuevo "harakiri" político-histórico en época de la mayoría absoluta del PP - Aznar - aprobando una resolución suicida de condena del Alzamiento, del 18 de julio y del régimen anterior - el de sus papás - en el corral de las vergüenzas ese al que llaman Congreso de los Diputados.

Es ese extraño ejercicio de parálisis mental, de enajenación transitoria, de memoria selectiva, por el cual los asesinos de Carrero o el miserable Santiago Carrillo gozan de libertad sin cargos. Ese ejercicio por el que se nos pide a las víctimas del terror de todos los tiempos - el de Paracuellos, abuelo Ricardo, o el de ETA, padre - que nos demos por satisfechos, que pelillos a la mar, que ya es hora de pasar página, mientras se pretende cavar España de arriba abajo en busca de nuevos odios con los que alimentar a los chavales que, en el metro, matan o tratan de matar sin saber muy bien por qué.

Ese ejercicio que consiste en "hacerse el loco" con Ternera, con De Juana, con el hijo pródigo de la anciana venerable - no de una anciana, no, de LA anciana, la única que existe entre la población reclusa - en pactar el final negociado de eso que llaman "la violencia" tan dulcemente calificada, en exigirnos a las víctimas que no interfiramos en "el proceso", pues estamos demasiado involucradas y apasionadas, mientras seguimos desenterrando sólo algunos cadáveres de hace un siglo, en virtud de no sé que derecho selectivo a la memoria. Curioso hecho este de olvidar la memoria reciente y dejarla sin castigo y desenterrar la que duerme el sueño del pasado para tratar de castigarla.
Así que una vez más este domingo tendremos que vernos dando y pidiendo explicaciones sobre nuestros caídos, sobre nuestros muertos, sobre nuestra memoria, sobre nuestra historia... y desde luego con todo el dolor de una obligación desagradable, por cuanto me parece absurdo pero irrenunciable. Es de ley.

Allí estaré el domingo, compartiendo con quienes nos acompañéis, nuestra voluntad de mirar hacia adelante, pero sin renunciar a un ápice de nuestro pasado. Mis muertos se revolverían en sus sepulturas y tienen derecho a la paz que ya ganaron con su sangre.

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