La Constitución Incumplida,1
La Constitución a Examen. Con
Humberto Pérez-Tomé, Jorge Garrido Sanromán, Javier Barraycoa Martínez y el libro La
Constitución Incumplida, de SND Editores.
El pasado 6 de diciembre se cumplían 40
años de la aprobación, en referéndum, de nuestra actual Carta Magna; de la
Constitución vigente en España desde entonces.
Aquel texto se convirtió en el buque
insignia de la denominada Transición, aquel proceso de duración indefinida – no
se puede afirmar con certeza cuándo empezó y tampoco cuándo acabó, si es que lo
ha hecho ya – que como repite cada mañana Javier García Isac en La Boca del
Lobo “debería llevarnos, debería
conducirnos” del antiguo régimen a la democracia parlamentaria de manera
incruenta y sin ruptura legal: en palabras de Torcuato Fernández Miranda, “de
la ley a la ley”
Que no logró algunos de sus objetivos no
es discutible. 850 muertos por parte de ETA, a los que sumar los del resto de
organizaciones criminales de la época, hoy supuestamente desaparecidas para la
mayoría de la memoria colectiva de los españoles, no pueden hacer valer el
carácter de incruento, como tampoco podemos validar el carácter de
“desaparecidas” de esas mismas organizaciones criminales que de alguna forma
tutelaron el proceso con sangre, si atendemos a las posiciones que
hoy ocupan algunos de aquellos criminales en las distintas opciones políticas
que pretenden liquidar España con o sin Constitución.
Pero que no se produjese ruptura o que el
proceso fuera técnicamente legal es otra de esas realidades virtuales que se
han aposentado en la parte mas profunda de los cerebros de los españoles como
una verdad absoluta, repetida hasta la extenuación, llegando al convencimiento
de que ese texto es “la constitución que nos hemos dado a nosotros mismos” los
españoles que anhelábamos cambios radicales en busca de la paz, la libertad, la
concordia y la democracia.
Siendo objetivos, nada más lejos de la
realidad: Ni los españoles, en general - mayoritariamente clase media -
anhelábamos mucha más libertad de la que entonces se percibía, ni la paz y la
concordia estaban en juego en una nación respetada, reconocida finalmente en el
concierto de las naciones, que había concatenado el período más largo de paz de
los últimos decenios, en pleno triunfo económico y demográfico, ni mucho menos
sabíamos a qué se refería aquel término de democracia parlamentaria al que de
repente nos vimos avocados. Al menos la mayoría no lo sabía. Carrero Blanco sí.
Pero lo asesinaron como parte del proceso y ya no pudo levantar el dedo
acusador con esa frase ten de madre de familia: “te lo dije”
De no ser esta la realidad, Franco no
hubiera muerto en la cama y de viejo.
Pero sí es cierto que, en determinados
sectores especialmente estudiantiles, al albur de lo que pasaba en países
supuestamente ya democráticos como Italia, Estados Unidos, Francia y sus mayos
del 68, sus flores en los fusiles y otras manifestaciones de cambio
generacional de paradigmas que, en algunos casos, estaban conduciendo a
propiciar triunfos electorales de la izquierda más radical de la época, influyeron
notablemente en el desarrollo de los acontecimientos también en España. Eso
cambiaba las cosas.
De un lado el guardián del mundo no
estaba dispuesto a tener un problema también en la puerta de Europa, en el
puente de África y el Mediterráneo, donde tantos intereses cosechaba. De otro,
la Guerra fría añadía la necesidad de mantener control militar aliado en la
zona. Y eso suponía establecer bases militares y restar soberanía, al tiempo
que sonreír a quien no resultaba ya tan mal aliado, pese a no ser una
democracia parlamentaria liberal.
En ese escenario y saltándose a la torera
cualquier principio de legalidad se construyó un Robocop. Un engendro de
retales, que sólo tenía en cuenta las pequeñeces partidarias de quienes, manu
militari, fueron convertidos en padres de la patria por designación divina.
Un engendro que no contó con legitimidad
de origen, con expertos constitucionalistas, con técnicos juristas, con
comisiones de trabajo. Que no tuvo en cuenta el sentir mayoritario del pueblo
al que decía servir, construyendo una realidad paralela en la que, como en
tantas otras ocasiones, se terminó convenciendo al pueblo de que era por ellos
y para ellos. Ninguno de los principios que alumbraban aquella sociedad fueron
recogidos en el texto donde, además, se pretendió “normalizar” lo que
supuestamente ya era normal y en realidad era una invención.
Como en tantas ocasiones se terminó
aplicando aquella máxima de “lo mal hecho que está ese tío y lo bien que le
sienta el traje”.
Que elaboró su plan en tres meses, que
rompió - pero no - sus lazos de legitimidad con el Régimen, al tiempo que buscaba
la legitimidad de origen en la Corona perdida en 1931 y, simultáneamente en la
legitimidad supuesta del período republicano, con reconocimientos históricos
sólo achacables a ese triste y cruento período histórico. Y por supuesto con el
franquismo, del que de verdad recibía la legitimidad, aunque no les guste.
Todas a la vez y ninguna, porque a punto estuvo de dispararse en un pie merced
a la derogación de la norma que le daba origen.
La consecuencia es un texto que ya
entonces contó con oposiciones notables pero en la que algunos aún no podíamos
votar. Un texto que, lejos de recoger principios y fundamentos imperecederos,
asumibles por cualquier español de bien, al margen de su ideología o del tiempo
que le tocara vivir, solo recogía iniciativas y respuestas a los tirones que,
desde cada una de las esquinas, daban continuistas, nacionalistas, socialistas
de nuevo cuño y comunistas reconvertidos en eurocomunistas, atendiendo a
criterios pequeños, a intereses particulares locales y cortoplacistas.
¿Cuál es la consecuencia? Que el texto no
le sirve a nadie 40 años después. Que las generaciones posteriores, al margen
de ideologías, ni se reconocen en el texto ni se sienten comprometidos con los
supuestos planteados por los “padres de la patria”, de los cuales solo quedan
vivos tres, como seña inequívoca de que el tiempo pasa para todos. Para el
engendro también.
Y ahora la discusión es si mantenerla a
ultranza, sin tocarla, protegiendo el engendro como mal menor, pese a no
sentirse identificado con ella, modificarla pero poquito, para seguir dando
cabida a todos los intereses particulares y cortoplacistas de acuerdo a la
correlación de fuerzas de cada momento, pero sin dinamitarla o, finalmente
dinamitarla del todo, reconstruirla
desde cero, establecer el período constituyente y la asamblea necesaria para
hacerlo, de las que el actual texto no gozó, a riesgo de poner en juego todo el
entramado de legitimidades, orígenes y contenidos y dejarlo en manos de unas
mayorías que se configuran desde la falta de valores supremos, el rencor, la
mentira, el absolutismo democrático y la persecución, por un lado y la pereza y
la cobardía de los otros.
El texto sirvió en bandeja todos y cada uno
de los problemas que hoy vivimos, especialmente los relacionados con la unidad
patria, la cohesión territorial, los principios y valores de inspiración
cristiana que alumbraron Europa, los de carácter social, que son una simple soflama,
un canto al sol sin valor jurídico alguno. Y pese a todo se han visto
sistemáticamente violados sus artículos. Retorcidos sus pocos resortes,
estancadas por motivación política las decisiones del alto tribunal encargado
de su custodia.
De aquellos polvos estos lodos. Y esto es
lo que nos toca discernir hoy, bajo la sombra de una pregunta que golpea con
fuerza: ¿fue la transición un período acotado en el tiempo, ya terminado, o por
el contrario fue el nombre que le dimos al nuevo Régimen y la Constitución su
marco jurídico? Y si la respuesta es esta última ¿Se ha agotado el Régimen y
por lo tanto nos acercamos al nacimiento de otro para el que habrá que
prepararse?
Les habla, por primera vez, Martín
Ynestrillas y esto es Somos Libro
Comentarios