La Constitución Incumplida,1


La Constitución a Examen. Con Humberto Pérez-Tomé, Jorge Garrido Sanromán, Javier Barraycoa Martínez y el libro La Constitución Incumplida, de SND Editores.

Editorial al programa Somos Libro de 11/12/18: 


El pasado 6 de diciembre se cumplían 40 años de la aprobación, en referéndum, de nuestra actual Carta Magna; de la Constitución vigente en España desde entonces.

Aquel texto se convirtió en el buque insignia de la denominada Transición, aquel proceso de duración indefinida – no se puede afirmar con certeza cuándo empezó y tampoco cuándo acabó, si es que lo ha hecho ya – que como repite cada mañana Javier García Isac en La Boca del Lobo “debería llevarnos, debería conducirnos” del antiguo régimen a la democracia parlamentaria de manera incruenta y sin ruptura legal: en palabras de Torcuato Fernández Miranda, “de la ley a la ley”

Que no logró algunos de sus objetivos no es discutible. 850 muertos por parte de ETA, a los que sumar los del resto de organizaciones criminales de la época, hoy supuestamente desaparecidas para la mayoría de la memoria colectiva de los españoles, no pueden hacer valer el carácter de incruento, como tampoco podemos validar el carácter de “desaparecidas” de esas mismas organizaciones criminales que de alguna forma tutelaron el proceso con sangre, si atendemos a las posiciones que hoy ocupan algunos de aquellos criminales en las distintas opciones políticas que pretenden liquidar España con o sin Constitución.

Pero que no se produjese ruptura o que el proceso fuera técnicamente legal es otra de esas realidades virtuales que se han aposentado en la parte mas profunda de los cerebros de los españoles como una verdad absoluta, repetida hasta la extenuación, llegando al convencimiento de que ese texto es “la constitución que nos hemos dado a nosotros mismos” los españoles que anhelábamos cambios radicales en busca de la paz, la libertad, la concordia y la democracia.

Siendo objetivos, nada más lejos de la realidad: Ni los españoles, en general - mayoritariamente clase media - anhelábamos mucha más libertad de la que entonces se percibía, ni la paz y la concordia estaban en juego en una nación respetada, reconocida finalmente en el concierto de las naciones, que había concatenado el período más largo de paz de los últimos decenios, en pleno triunfo económico y demográfico, ni mucho menos sabíamos a qué se refería aquel término de democracia parlamentaria al que de repente nos vimos avocados. Al menos la mayoría no lo sabía. Carrero Blanco sí. Pero lo asesinaron como parte del proceso y ya no pudo levantar el dedo acusador con esa frase ten de madre de familia: “te lo dije”

De no ser esta la realidad, Franco no hubiera muerto en la cama y de viejo.

Pero sí es cierto que, en determinados sectores especialmente estudiantiles, al albur de lo que pasaba en países supuestamente ya democráticos como Italia, Estados Unidos, Francia y sus mayos del 68, sus flores en los fusiles y otras manifestaciones de cambio generacional de paradigmas que, en algunos casos, estaban conduciendo a propiciar triunfos electorales de la izquierda más radical de la época, influyeron notablemente en el desarrollo de los acontecimientos también en España. Eso cambiaba las cosas.

De un lado el guardián del mundo no estaba dispuesto a tener un problema también en la puerta de Europa, en el puente de África y el Mediterráneo, donde tantos intereses cosechaba. De otro, la Guerra fría añadía la necesidad de mantener control militar aliado en la zona. Y eso suponía establecer bases militares y restar soberanía, al tiempo que sonreír a quien no resultaba ya tan mal aliado, pese a no ser una democracia parlamentaria liberal.

En ese escenario y saltándose a la torera cualquier principio de legalidad se construyó un Robocop. Un engendro de retales, que sólo tenía en cuenta las pequeñeces partidarias de quienes, manu militari, fueron convertidos en padres de la patria por designación divina.

Un engendro que no contó con legitimidad de origen, con expertos constitucionalistas, con técnicos juristas, con comisiones de trabajo. Que no tuvo en cuenta el sentir mayoritario del pueblo al que decía servir, construyendo una realidad paralela en la que, como en tantas otras ocasiones, se terminó convenciendo al pueblo de que era por ellos y para ellos. Ninguno de los principios que alumbraban aquella sociedad fueron recogidos en el texto donde, además, se pretendió “normalizar” lo que supuestamente ya era normal y en realidad era una invención.

Como en tantas ocasiones se terminó aplicando aquella máxima de “lo mal hecho que está ese tío y lo bien que le sienta el traje”.

Que elaboró su plan en tres meses, que rompió - pero no - sus lazos de legitimidad con el Régimen, al tiempo que buscaba la legitimidad de origen en la Corona perdida en 1931 y, simultáneamente en la legitimidad supuesta del período republicano, con reconocimientos históricos sólo achacables a ese triste y cruento período histórico. Y por supuesto con el franquismo, del que de verdad recibía la legitimidad, aunque no les guste. Todas a la vez y ninguna, porque a punto estuvo de dispararse en un pie merced a la derogación de la norma que le daba origen.

La consecuencia es un texto que ya entonces contó con oposiciones notables pero en la que algunos aún no podíamos votar. Un texto que, lejos de recoger principios y fundamentos imperecederos, asumibles por cualquier español de bien, al margen de su ideología o del tiempo que le tocara vivir, solo recogía iniciativas y respuestas a los tirones que, desde cada una de las esquinas, daban continuistas, nacionalistas, socialistas de nuevo cuño y comunistas reconvertidos en eurocomunistas, atendiendo a criterios pequeños, a intereses particulares locales y cortoplacistas.

¿Cuál es la consecuencia? Que el texto no le sirve a nadie 40 años después. Que las generaciones posteriores, al margen de ideologías, ni se reconocen en el texto ni se sienten comprometidos con los supuestos planteados por los “padres de la patria”, de los cuales solo quedan vivos tres, como seña inequívoca de que el tiempo pasa para todos. Para el engendro también.

Y ahora la discusión es si mantenerla a ultranza, sin tocarla, protegiendo el engendro como mal menor, pese a no sentirse identificado con ella, modificarla pero poquito, para seguir dando cabida a todos los intereses particulares y cortoplacistas de acuerdo a la correlación de fuerzas de cada momento, pero sin dinamitarla o, finalmente dinamitarla del  todo, reconstruirla desde cero, establecer el período constituyente y la asamblea necesaria para hacerlo, de las que el actual texto no gozó, a riesgo de poner en juego todo el entramado de legitimidades, orígenes y contenidos y dejarlo en manos de unas mayorías que se configuran desde la falta de valores supremos, el rencor, la mentira, el absolutismo democrático y la persecución, por un lado y la pereza y la cobardía de los otros.

El texto sirvió en bandeja todos y cada uno de los problemas que hoy vivimos, especialmente los relacionados con la unidad patria, la cohesión territorial, los principios y valores de inspiración cristiana que alumbraron Europa, los de carácter social, que son una simple soflama, un canto al sol sin valor jurídico alguno. Y pese a todo se han visto sistemáticamente violados sus artículos. Retorcidos sus pocos resortes, estancadas por motivación política las decisiones del alto tribunal encargado de su custodia.

De aquellos polvos estos lodos. Y esto es lo que nos toca discernir hoy, bajo la sombra de una pregunta que golpea con fuerza: ¿fue la transición un período acotado en el tiempo, ya terminado, o por el contrario fue el nombre que le dimos al nuevo Régimen y la Constitución su marco jurídico? Y si la respuesta es esta última ¿Se ha agotado el Régimen y por lo tanto nos acercamos al nacimiento de otro para el que habrá que prepararse?

Les habla, por primera vez, Martín Ynestrillas y esto es Somos Libro

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