Periodismo de Combate. Los medios en el sostenimiento de Partidos, Sistemas y Regímenes
Editorial al programa del 15 de enero de 2019; *El Periódico el Alcázar: Del autoritarismo a la Democracia.
Portada de la edición limitada de Ediciones Esparta |
Hoy me pongo un poco melancólico. Lo que
traemos hoy a este espacio forma parte de mi vida. De la de muchos españoles, por supuesto, pero
de la mía especialmente. Me perdonarán por tanto si hoy suena todo un poco personal.
Los primeros años de mi vida profesional
fueron convulsos, muy complejos. Próximo a formar una familia, acuciado por la
necesidad de encontrar un empleo -cualquier empleo- que me permitiera llevar un
salario a casa y habiendo quemado mis mejores años estudiantiles en diversas
asonadas de carácter político que me arrastraron por las comisarías y prisiones
de todo Madrid – eran los años de la
Transición de plomo – aunque por espacios cortos de tiempo, trabajé, sin
formación previa, gracias a la generosidad de buenos amigos, en lugares,
compañías y desempeños que en nada dominaba.
Tras unos cuantos éxitos y fracasos, nos
alcanzó, a mi familia y a mi, 1986: El año en que ETA asesinó a mi padre.
Muchas fueron las dificultades derivadas de ello pero la preocupación por
nuestra familia que mostraron muchos amigos de mi padre, nos hizo desembarcar
en una dirección histórica: San Romualdo, 26 en el extremo barrio de San Blas
de Madrid.
Allí se alzaba - y se alza aún hoy - un
viejo edificio que alojaba, en distintas plantas – paradojas del destino – las
redacciones y rotativas de dos diarios de furibunda oposición mutua: El Diario
el Alcázar y Diario 16.
Allí, en la época de Antonio Izquierdo,
de Juan Blanco, de Félix Martialay, de Antonio D. Olano – al que acompañé en
sus últimas horas de vida junto a su hermana y a su amigo Alfonso Arteseros no
hace muchos años – de Joaquín Aguirre Bellver, de Rafael García Serrano, de
Fernando Vizcaíno Casas, de Ismael Medina, del dibujante Salas, que por su juventud era con quien
mayor relación mantenía yo dentro de la redacción y de tantos nombres ilustres
de las letras diarias, viví una nueva experiencia laboral y profesional, que
poco era yo entonces capaz de dimensionar, pese a ser consciente de la
trascendencia que aquel diario estaba imprimiendo en las páginas de la historia
del periodismo español de la transición.
Supongo que mi corta experiencia laboral
como informático, mi afición personal a la fotografía y la inocente expresión
de un deseo en relación con la profesión periodística - ser corresponsal de guerra, como siempre me propuso mi profesor de matemáticas –
hicieron que fuera adscrito a un área del taller que manejaba, precisamente,
todas las fotografías de los reporteros que se publicaban en las páginas que,
fuera de mi laboratorio, se confeccionaban aún manualmente mediante galeradas
de texto que tecleaban las “teclistas”, maquetaciones a la cera con “cutter”,
correcciones ortográficas y de estilo que se realizaban en los despachos
contiguos, etc. etc. Muy lejos de las herramientas que ya se empezaban a usar
en otros medios mejor dotados.
Setenta y dos horas después de incorporarme, el
titular del laboratorio para el que yo debía trabajar, y tras enseñarme cuatro
nociones básicas, anunció que dejaba el periódico. Me convertía, a la fuerza,
en el único recurso disponible, en un taller donde la afinidad ideológica
brillaba por su ausencia.
Sí, es así de curioso, pero lejos de
haber una identidad ideológica con el medio, entre los miembros de aquel
equipo - al menos en el taller - tan solo unos pocos profesábamos una cierta
identidad con los supuestos postulados del diario. Los demás estaban mucho más
cerca del vecino Diario16.
Así que, sin ser consciente de ello, me
convertí en testigo directo de muchos de los acontecimientos que marcarían la
historia del Diario y de aquella España de la Transición.
Ni una sola de las fotos que se
publicaron entre septiembre de 1986 y la desaparición del diario – por su
reconversión en semanario – en 1987 dejaron de pasar por mis manos.
Por mi compromiso personal y por mi deuda de
gratitud con Antonio Izquierdo, entonces director del diario y persona que nos
abrió las puertas, yo trabajaba los dos turnos de taller que empezaban a las dos
de la tarde y terminaban a las tres de la mañana de lunes a sábado.
Así que fui testigo de cada noticia, de
cada cambio de portada de la primera a la segunda edición, de cada foto. De
cada artículo polémico, de cada columna de opinión enmarcable. De cada momento
mágico de imprimir en cuatricomía la portada y contraportada del diario –
únicas en color – y ver arrancar cada noche la majestuosa rotativa que vomitaba
miles de periódicos que, empaquetados rápidamente, eran cargados en furgonetas
de reparto que salían de allí como almas que lleva el diablo camino de los
kioscos de prensa.
Fui testigo de la lucha por la
supervivencia, de la retirada salvaje y paulatina de toda publicidad, del
arriesgado compromiso de pequeños empresarios que mantenían sus insuficientes anuncios
en el diario, por colaborar con aquella causa cada vez más perdida.
Y fui víctima de la tragedia que suponía
no cobrar prácticamente nunca. De la guerra larvada que se generaba entre
redacción y talleres porque las sospechas decían que los columnistas sí
cobraban y nosotros no. De la desconfianza que se generaba cada día que pasaba,
en un lugar donde el compromiso ideológico, ya lo he dicho, no existía.
Fui organizador – y derrotado – de las
primeras elecciones sindicales del diario por FNT. Y participé de la huelga
que, en los últimos estertores, se produjo en talleres, producto de la
desesperación y el desengaño.
Siempre tuve mi lista de culpables en la
cabeza de todo aquello – dentro y fuera del diario - pero nunca dudé de que el
principal era un régimen que, entonces como hoy, quería hacer desaparecer al
disidente, al políticamente incorrecto, al que salía movido en la foto.
Un régimen al que no importaba nada –
supongo que eran daños colaterales - los cientos de empleos corrientes, de gente
corriente y nada ideologizada – o al menos no en el sentido que ellos suponían,
que se llevaron por delante con aquellas continuadas y sucias maniobras.
Yo nada sabía entonces de la censura.
Nací en 1964 y para mí, todo lo que había vivido implicaba, de una u otra
manera, libre ejercicio del periodismo, de la opinión y de la información.
Sabía, sin duda, que colaboraba en un diario de fuerte militancia política con
la que, en buena medida yo, personalmente, estuve casi siempre de acuerdo,
aunque los modos referidos me hicieran dudar al final de aquel año, del
verdadero compromiso de los redactores y columnistas.
Pero leía la prensa - casi toda, por
cierto, que era costumbre de los diarios intercambiársela – y no era diferente
en ningún otro diario. Todos militaban claramente en un frente político.
Ninguno era independiente de nada.
Leyendo esta tesis que hoy traemos y
otros apuntes acerca del Régimen anterior y de la Transición, comprendo que en
todas las épocas el poder ha ejercido diversas formas de control de los medios,
desde el cierre de ABC por tres años en 1932, hasta su incautación en 1936.
Desde la ley de Prensa del 38 a la ley Fraga de eliminación de la censura
previa e institucionalización de la consulta voluntaria, pasando por etapas
intermedias.
Nada sin embargo que asombre hoy,
habiendo vivido aquel período que dio al traste con El Alcázar. Si acaso una
única cosa: Las censuras, los cierres y las incautaciones podían suponer,
suponían de hecho, atentados graves – comprensibles o no en cada situación –
contra la libertad individual y colectiva. Pero estaban en el ordenamiento
jurídico, y todos conocían las reglas. Te podían gustar o no y ser o no,
totalitarias o autoritarias. Pero no eran sorpresivas.
La imaginación, el valor, el intelecto superior
permitían burlar con más o menos gracia los resortes del poder para dar
información y, sobre todo, emitir opinión. Pero no se violaban las reglas. Tu
periódico o tu artículo pasaba o no la censura, pero una vez pasada nadie te
podía hacer responsable de las consecuencias.
La supuesta democracia nacida del Régimen
del 78, sin embargo, violó reiteradamente sus propias normas. Y lo hizo con la anuencia
y el consentimiento de prácticamente todas las fuerzas políticas que ya
entonces, aplicaban a conciencia los cordones sanitarios que tan de moda están
en nuestros días.
La retirada de los contratos de volumen
en empresas públicas y semipúblicas, la cancelación de la publicidad
institucional, la no contratación de las campañas oficiales de concienciación, las
amenazas y coacciones a las empresas privadas que mantenían sus compromisos, la
eliminación de edictos y otras publicaciones y la extirpación arbitraria,
ilegal, absoluta y notoria de toda publicidad electoral, fue la responsable del
cierre de un diario de casi medio siglo de vida, que vivió varias etapas
ideológicas como veremos, y que no sucumbió como consecuencia de la censura y
el totalitarismo, sino de la ilegalidad manifiesta, tozuda, recalcitrante,
conocida y consentida, del Régimen del 78, de la UCD y del PSOE de González,
con la inestimable ayuda en el Congreso de IU, para proponer durante años la
dilación en el cumplimiento de las sentencias, con la excusa de la falta de
partida presupuestaria para dar cumplimento a la misma.
Fue agredido y eliminado
por la supuesta libertad democrática del 78. En sentencia firme que dejó hasta
la década de los noventa, ya con Aznar, en el más absoluto de los abandonos a
decenas de familias sin salario. Algunos, como yo, jamás cobramos un duro de
aquel año largo de deuda de doble turno, que debía ser el sustento de mi
familia.
Así que, cuando hoy miro los puñetazos
sobre Cake Vinuesa, y la comprensión que genera en determinados medios, cuando
no la justificación plena, la beligerancia de la Sexta y de Público, los intereses
cruzados de los dos grandes grupos mediáticos, el posicionamiento de Diario.es
o, senso contrario, el de Intereconomía, 13TV, Libertad Digital, Esradio, y los
alineados enfrente; Cuando me consta que unos u otros grupos aúpan o derriban
Voxes y Podemos, que se reúnen en desayunos informativos para delinear la
información del día, que evacuan sus sectarios comentarios y calificaciones al
amparo de grupos de poder nacionales e internacionales, ya no me parece
importante preguntarme por conceptos como Libertad, Libre Opinión o Censura
previa.
Porque sólo son nombres para conceptos
que son tan antiguos, tan permanentes, tan vigentes como lo fueron siempre,
bajo diversas formas. Hoy como ayer, los medios de comunicación y la
evolucionada prensa digital – mayoritariamente y con excepciones honrosas -
ejercen de correas de transmisión de intereses que, en absoluto, tienen que ver
con la libertad de expresión, opinión o pensamiento.
No pretendo calificarlo. Solo
certificarlo y en todo caso, discutir
lo hoy con nuestros insignes invitados.
El autor de la Tésis, Rafael Nieto |
Citaré a Quevedo, como lo hace en una de
sus obras nuestro autor invitado de hoy, para proclamar que, al menos desde
nuestros medios "No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca
o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo”.
Les habla Martín Ynestrillas y esto
es Somos Libro
*Tesis Doctoral de Rafael Nieto, publicada en edición limitada de 50 ejemplares por Editorial Esparta, 2018
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