Editorial y programa nº 60: Memoria y Reflexión, con Alfonso Arteseros
Cuando, tras iniciarse el 7 de febrero de 2009, la andadura de este programa en Radio Intercontinental, la veíamos abruptamente interrumpida un 25 de julio de aquel mismo año, pocos podíamos pensar, dentro y fuera del programa, y de la organización que lo sustenta, que alcanzaríamos los 60 programas.
60 programas ya, en los que nos han acompañado personajes de la cultura, la historia, el arte, el deporte, la política, el sindicalismo, la lucha por la vida, la lucha contra el terror...
60 programas en precario, con nuestros propios medios, sin apoyo ni financiación de nadie, sin espacio público donde emitir o trabajar... Y sin embargo, día a día, nos sorprendemos con el alcance y la difusión de lo que hacemos. Cada día hay alguien, incluso desde el otro extremo del mundo, que termina de descubrirnos, que nos ve, que nos escucha, que nos apoya y nos insta a continuar porque nos considera "un soplo de aire fresco".
Sólo podemos decir desde aquí, gracias, escuetamente gracias, por hacernos sentir que nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y los innumerables sacrificios que conlleva este humilde espacio de resistencia, es importante para vosotros, para los que nos seguís cada programa en internet, ya sea en audio, en video, o leyendo nuestros escritos. Porque si es importante para vosotros, también lo es para nosotros.
Sin embargo, todo proyecto tiene una vida en el que nace, se desarrolla, quizá se reproduce y, desde luego, termina por morir. La Gran Esperanza avanza inexorable hacia el final de su tercera temporada, habiendo hablado de terrorismo, de Iglesia, de aborto, de Inmigración, de memoria histórica, de transición, de persecución religiosa, de reforma laboral, de empleo y desempleo, de guerras y de piratas, de grandezas y de miserias humanas. De nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestro futuro.
Y el número 60 de nuestro programa es un buen momento para la reflexión. Aún nos quedan, sin duda, muchas batallas que dar antes de terminar; aún nos acompañará la madre de Sandra Palo y hablaremos de la ley del menor; y vendrán todavía autores falangistas como José Luis Jerez, con su “Falange del Valor”. Aún hablaremos con prestigiosos profesores, como José Luis Orella, y su trabajo introductorio a la Revista “Jerarquía”, recientemente recopilada.
Hablaremos de acontecimientos que marcaron nuestra historia reciente, como el asesinato de Carrero o el abandono del Sáhara, con militares-historiadores como el Coronel Manrique. Pero es hora de ir pensando en el siguiente proyecto.
Los que hacemos LGE no somos periodistas; no esperamos fichar por una cadena de gran difusión ni ganarnos la vida como comunicadores. Antes, al contrario, casi todos tenemos nuestras vidas bastante lejos de los medios de difusión. Los que hacemos LGE lo hacemos como vehículo de comunicación de una organización política, con un proyecto político para transformar la sociedad.
Lo hacemos como vehículo de relación, abierto a otras organizaciones de carácter similar, que sirva para superar las múltiples fronteras que los denominados patriotas, en general, y los falangistas, en particular, nos hemos empeñado en crear a lo largo del tiempo. Lo hacemos para exponer nuestros puntos de vista sin ser manipulados por terceros; para que otros entiendan cuáles son nuestras posturas ante los asuntos que preocupan a la sociedad española y por tanto a nosotros mismos. Lo hacemos, en definitiva, como parte de nuestra lucha política, voluntariamente elegida.
Y a ese fin debe servir, por tanto. Antes de tropezar en la rutina, La Gran Esperanza necesita mirar hacia atrás, y comprobar si ha servido a los fines para los que fue creada. Necesita mirar hacia delante y comprobar si sirve todavía para el proyecto político que la alberga. Y actuar en consecuencia sin más nostalgia que la satisfacción de haber cumplido con una misión, ni más recompensa que sabernos miembros de un proyecto político en evolución.
Se abre pues un período de reflexión en el que, mientras terminamos lo que empezamos, analizamos cómo seremos mañana. Y toda colaboración y sugerencia será bienvenida. 60 programas ya. Escuetamente gracias.
Pero este alto en el camino no debe torcer nuestra voluntad presente, ni nuestros compromisos tomados. Este editorialista y este programa han comprometido recordar en cada ocasión, la vergonzante, injusta, aberrante situación jurídica de Pedro Varela - en prisión desde diciembre – y la de los denominados genéricamente “libreros” (Juan Antonio, Carlos, Oscar y Ramon), todos ellos perseguidos por publicar, editar, prologar, vender y muy ocasionalmente escribir, libros proscritos, que son quemados en piras públicas, al supuesto amparo de una legislación que se llena, sin embargo, la boca, y las páginas de sus textos legales, con ideas sagradas de Libertad de Expresión, de opinión, de difusión de ideas y pensamientos, de publicación...
Pues mientras persista su situación, seguiremos en lo nuestro: reivindicando su libertad y el archivo de sus causas. LIBERTAD, pues, PARA PEDRO VARELA.
Por lo demás, abril se cierra hoy, y da paso al mes de la hipocresía por excelencia, en lo que queda de año: el mes de las elecciones municipales y autonómicas, en su caso.
Se iniciará, no obstante, con la marcha farisea de los sindicatos putrefactos del sistema, que con la boquita pequeña reivindicarán mañana el cese de los recortes sociales, mientras siguen viviendo de prebendas, subvenciones y erarios públicos; mientras su ministro - el de trabajo, sí, el de sus filas – acaba con lo poco que queda de empleo en España, supera cifras astronómicas que no hubieran tolerado jamás a régimen alguno que no fuera el suyo y nos hunde en la más espantosas de las crisis económicas y de valores que haya vivido España en varios siglos.
Y lo harán con miles de acólitos - muchos de ellos parados; otros, por supuesto, liberados - a los que no se les caerá la cara de vergüenza por participar en el festín, sin arrastrar por las calles a sus líderes a patadas en el culo, para ver si recuperan la dignidad que suponemos debieron tener alguna vez.
Y después vendrá la fiesta de la democracia; esa en la que todos tenemos el derecho a meter un papel en una urna y creer que con ello manejamos nuestros destinos.
Esa en la que la corrupción local, galopante, contagiosa a todos los niveles de los partidos al uso, pasa por encima del ciudadano, del vecino, con una especie de “pelillos a la mar”, porque se nos vende la idea de que con esto hay que quitar al que está, para poner a otro, que, por lo visto, es el fin de las municipales.
Deber ser que como ya lo entrenaron en la proclamación de la Segunda República, deben pensar que los demás somos idiotas y es realmente eso lo que votamos.
Pero la triste realidad es que nada cambiará en estas elecciones, las gane quien las gane; en primer lugar porque solo las pueden ganar dos – ya se ocupa el sistema de ello – y en segundo lugar porque las dificultades de participación y difusión de ideas son tantas, que las oportunidades reales son mínimas para quienes no bebemos en las fuentes del sistema.
Pero la tercera razón es propia: nuestras organizaciones – la mayor parte de ellas – seguimos viviendo en la marginalidad política, en la falta de un proyecto trabajado y convincente durante todos los años que transcurren entre dos elecciones; y seguimos presentando múltiples candidaturas para el mismo espacio político, o candidaturas que no aspiran en absoluto a ganar concejales.
Esta es otra reflexión pendiente de la que no estamos exentos ninguno de nosotros. La Falange tampoco. Ni sus militantes, afiliados, simpatizantes o simples votantes. No hay proyecto político sin base social que lo sustente – con trabajo diario - en cada lugar.
Todo lo demás que hagamos será clamar en el desierto, tratar de aprovechar espacios que en realidad no existen y mostrar nuestra incapacidad. Pero cuidado, nuestra incapacidad como organizaciones es el reflejo de nuestra incapacidad como militantes.
Mientras tanto, este programa, por supuesto, apoyará las candidaturas e intenciones de nuestra organización, pero una vez más lo tendrá que hacer como José Antonio y la historia nos enseñaron. Tristemente.
Quizá podamos encontrar algo de consuelo hoy en la charla con nuestro invitado. Un hombre que nunca pensó en escribir; apasionado por la música y la imagen; de memoria providencial y documentación envidiable. Alguien que ha hecho el sano esfuerzo de recordar y que se ha sentido muy reconfortado por ello.
Él invita a hacer ese mismo ejercicio a cada uno de nosotros. De esos ejercicios de memoria se obtienen enseñanzas irremplazables. Ojalá que asi sea para nosotros también. Acomódense y escúchennos.
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