Curiosidades sobre José Antonio, por Francisco Martín Castillo, "caco"

Valorar a un político implica tener en cuenta lo que dice, lo que hace, sus logros, sus pretensiones, su actitud, según la información de que se disponga, en relación con ciertas referencias, y siempre de libre apreciación. Puede ser que no se le considere de especial interés, o que atraiga a profundizar en su conocimiento, por afinidad o por atención adversativa, y político al fin, mueva a tomar partido.

La medida en que se consideren acertadas sus propuestas puede llevar a reconocerse como partidario, la irrelevancia dejar en la indiferencia y cualquier prevención por nocividad, a pronunciarse como adversario. La divergencia de no considerar adecuados sus propósitos, puede conllevar una valoración acerca de la claridad de sus manifestaciones, de la sinceridad de su postura, o de lo erróneo de sus apreciaciones. Pero también la utilidad de que un político vaya diciendo lo que conviene que se crea, o que se aparente creer, puede hacer que la habilidad en la elaboración de mentiras sea un motivo principal de apoyo, aunque la eficacia de tal proceder radica en que tanto sus partidarios como, desde luego, el político, hagan todo lo que a su alcance tengan para que parezcan verdades, por mucho que sus adversarios puedan manejar la atribución de mentira como arma dialéctica.

Desde luego es ilógico que un político se presente a sí mismo como mentiroso, salvo en abochornada confesión dentro del acto de renuncia a toda actividad política. Tan ilógico como que partidarios suyos asienten su adhesión a través de explicitar la consideración de que el tal político miente, lo que sería más propio, como manifestación de rechazo, de una declaración de adversario. Pero esta confesión de mentir proclamada en imposición por representación arrogada, y en contradicción con lo que el propio político pueda manifestar, llega a menos ilógico que curioso, por circunstancias que hacen al caso, merecedor de atención.

Suele producir alejamiento, hasta con asco, la convicción, la mera suposición, de que un político sea servidor de miras ocultas o simulador de inquietudes auténticas. Puede haber incorporación como seguidor en cuanto, de buena fe cayendo en el engaño, o como advertido colaborador en extender la mentira en pos de sus efectos, y no aparecería disconformidad con lo proclamado por el político, por la inocencia de unos y por la malicia de otros, quedando para sus enemigos el imputarle de mentiroso, para hacerlo público como descubrimiento, o sencillamente para desprestigiarle sin más motivación. Se puede creer en un hombre, y decepcionarse de alguna manera, la peor descubrir el haber sido engañado. Se puede colaborar en un engaño - razones hay muchas - siendo necesario simular creerlo. Pero proclamarse seguidor de un político manifestando a la vez la convicción, fundada en lo que sea, de la impostura del tal político, y en contra de las manifestaciones propias del mismo, ha de llamar intensamente la atención. Sería deshacer los pretendidos efectos de la mentira dejando a su autor en la peor posición, y con partidarios así no se necesitarían adversarios. O sí, que toda ayuda es poca.

Adherirse a una mentira calificándola como tal públicamente, da medida de quien eso hace, y hace pasar a segundo lugar que hubiera falsedad, que el supuesto autor de ella efectivamente cometiera impostura. Sería entonces un caso de pertinacia en la defensa, más allá de la evidencia, por razones afectivas, una justificación, por alguna razón, de las motivaciones que le impulsaron a mentir, en solidaridad interesada. Pero, más allá de que haya o no realmente un engaño, quien se adhiere reconociéndolo en nombre de otro y en contra de lo que este pueda decir, no lo hace a pesar de la mentira sino a su través, y antes que nada se pone en evidencia a sí mismo presentándose como cómplice, basándolo en la necesidad propia de que el otro tiene que mentir, imponiéndole a través de la complicidad la culpabilidad, porque no se le concede el derecho a presentarse como no mentiroso.

No basta con sembrar meras dudas, no se trata de atenuar un impacto, hay que descolocar la cuestión. No le vale siquiera que estuviera equivocado, tiene que ser que mienta; esto es, a sabiendas. No hay que dejarle protestar su inocencia. Arrancarle toda credibilidad. Y para eso nada mejor que hacerlo desde dentro. Porque no puede ser de otra manera, por encima de la realidad de los hechos que hubiera, en un sentido o en otro, al margen de las pruebas que se pudieran obtener, y de cualquier cosa que se pueda conocer. Sentenciado. Miente. Y ya que no puede haber confesión de parte poner en su lugar una confesión de partidario. De partidario aderezado.

Es que además, las circunstancias del caso que nos ocupa permiten comprobar de manera inequívoca que el tal político, más allá de lo acertado de sus propuestas, por encima del triunfo o fracaso de la alternativa que presentó, al margen de las adhesiones que suscitara, se esté de acuerdo o no con él, no fue en absoluto insincero en la menor de sus aseveraciones. Fue a las claras. No tenía nada que ocultar. Sin evitar terrenos peligrosos, en lo conceptual o en lo expresivo, pero dejando claro lo que de verdad iba encontrando, lo que tenía que decir. Distinguiendo. Lo que decía lo creía, eso tan sencillo para tanta gente, aunque vemos que tan difícil para otra. La concepción del mundo que les ha permitido la supervivencia, les impide imaginar siquiera que detrás de algo que se diga no está la doblez. Verdad o mentira es secundario, en cuanto la proclamación de culpabilidad a compartir a la fuerza, depende menos de una apreciación externa de lo declarado, que de una necesidad interior de los declarantes. Y a eso se le saca utilidad.

Haber gente, la hay de todas clases, y para todo, están siempre los que se entretienen con cualquier cosa y en cualquier sitio, pero estos aplicados partidarios adquieren su importancia, difícil de obtener de otra manera, porque son movilizados y amplificados, en cuanto rinden un evidente servicio a los adversarios del político, presuntos suyos también. Son reclutados entre los que no valen para otra cosa, y se prestan a cambio de lo que sea, y entre los reconvertidos, otrora partidarios sinceros, pero que al llegarle el momento personal de la derrota, interiorizada vitalmente, desahogan la amargura en mortificado desquite, suicidio moral a fuego lento, pretendiendo arrastrar a quien sigue creyendo y se afana en lo que ellos dejaron de creer. No les basta desistir, no pueden soportar que alguien se entusiasme con lo que ellos perdieron. Tiene que ser mentira para justificar su fracaso vital, su hastiado abandono. Hay que entender a los caídos en el camino de esta desgraciada manera, como una prueba más por la que pasar; se les ve venir, son algo en que, si no tenemos cuidado, la vida nos puede convertir también a nosotros al fallar. Empezaron con el mismo entusiasmo, al final han venido a quedar en eso.

Queda entonces por un lado, el político, más o menos solo, con quienes describen lo que ven como lo ven, en eso tan sencillo como decir lo que se quiere decir, de la manera más clara y coherente, para que se entienda, y por otro, en comunión calificadora y cualificada, determinados adversarios y estos particulares partidarios, avisando del supuesto engaño, extendiendo al unísono la imagen de doblez a la que se reduciría al primero. Se coincide con esos adversarios, todos juntos en unión, y se discrepa con el propio político, del que se pretende tener la representación, acerca de lo que este mismo quiere decir. Adheridos para ejercer la función de lastre.

Hora es de preguntarse por tal empeño en que se le rechace desde lejos, apenas entrevisto, revuelto entre basuras varias. Porque se puede discrepar de alguien sin considerarle impostor; todo lo contrario, su identidad real sea la que mueva a denuncia, reclamando atención detenida, y se le puede atacar mejor sin recurrir ni a mentir ni a tacharle de mentiroso; todo lo contrario es señalar describiendo, descubriendo, lo que se considere nocivo, sin perdonar nada. Y hacer todo eso así sería lealtad para con el público, antes que para con él.

No es que estos especiosos partidarios se cambien de bando, dejando solo al político, viéndolo derrotado como algo pasado, no; es que se vuelven contra él permaneciendo en su mismo bando. Revolotean para asumir prontos la culpabilidad de la acusación más disparatada que desde fuera se haga, rindiéndose en nombre de quien no se rinde porque no, porque no se puede rendir. Admitir, en nombre de quien es imposible, las peores suposiciones contra toda verdad y hasta contra toda lógica, por mucho que no les pueda servir como atenuante el poco saber y entender de que sean capaces. Desempeñan, bien que mal, para lo que están, militan para provocar repulsión.

Se puede considerar que una persona mienta, y esta desconfianza metódica es siempre oportuna. Pero en lo que mienta adquiere un sentido distinto a que esté siendo veraz. Y ocasiones hay en que lo expresado tiene sentido únicamente si hay verdad, cuando cualquier opción de mentira lo reduce al absurdo, lo que permite entonces reconocer la verdad como cierta, porque cualquier otra opción no conduciría a ninguna explicación lógica. Sería caso de una verdad intrínseca.

Y precisamente el sentido que adquiere siendo verdad, suponiéndola siquiera teóricamente por un momento, es de lo que se nos privaría. Quitar el indicador para que no miremos a lo indicado. Si le prestamos atención, considerar la posibilidad de que sea cierto es lo que nos permite alcanzar su valor. No se le puede creer si no lo cree él mismo, y habría que desecharlo de inmediato. Vamos a ver primero lo que de verdad dice, y se le critica. Pero vamos a verlo nosotros, atendiendo a todos los comentarios que se quiera, pero no que por cualquier descripción, se nos impida la observación directa de lo supuestamente descrito. Precisamente revisando todo nosotros mismos es como valoramos mejor lo descrito, las descripciones, y a cada descriptor. No se nos hurte sustituyéndole por una caricatura.

La cuestión ya no es que en este caso se esté haciendo, sino que se haga. Que se vaya haciendo aisladamente con cada referencia que pueda haber. Que permitamos el despojo. Y esto tiene validez general: si transigimos con uno estamos abriendo la puerta a todos, más allá de la importancia de cada caso concreto. Vamos a ver hasta qué punto se puede estar haciendo.

Se trata de nosotros antes que nada, de la clase de hombre que queremos ser. Que seamos nosotros mismos quienes podamos ver y valoremos, que no pretendan pensar por nosotros, por mucho que tantos entusiastas estén cómodos renunciando. Libertad de conciencia y de expresión, de discusión, toma de actitud en consecuencia. No falaz concesión de una supuesta libre interpretación, de un texto dado como fuente impuesta, sino libre valoración personal de la realidad toda, contrastando, a la luz de los hechos que observamos, con los textos que sean, en discusión abierta siempre, con el magisterio reconocido que pudiera haber, desde la tradición que fuera propia. Pero poder siempre ver por nosotros mismos, que somos nuestra propia última instancia. Si renunciamos a esto perdemos el basamento de nuestra libertad.

José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia fue un político español de primeros del siglo veinte. Estuvo poco más de tres años en política activa, lo que interrumpió su muerte por fusilamiento. Abogado de profesión, aristócrata de familia de militares, reunió apenas unos pocos partidarios en vida, aunque despertó mayor interés por lo controvertido de sus planteamientos, y por la deriva de la organización que fundara, Falange Española.

Años de revolución - así proclamados - época convulsa que desembocó, guerra a guerra, en la mayor declarada que ha habido, fase sangrienta de una crisis de la que aún no salimos. José Antonio lo planteó desde la tradición hispánica, en pos de la síntesis de tradición y revolución, retomó el patriotismo como eje de todas las virtudes, no ya como concepto abstracto sino sentimiento a una patria tan concreta como España, reencontrando los valores hispánicos como llamada a una empresa común en el concierto universal, clara, abierta a todos, explícita, enunciada, articulada, desde el origen de los tiempos hasta el fin último que en este mundo se pueda alcanzar, y el sentido más alto de la vida personal como dedicación al servicio de esta tarea, a través del buen gobierno de la comunidad. En el desorden establecido advirtió el desajuste social por crisis del capitalismo, al pasar de sistema económico a sistema de dominación.

Desmontar el capitalismo, por enemigo de la proyección del hombre sobre las cosas, por enemigo de la propiedad privada. Por eso fue justo el nacimiento del socialismo. Pero no es solución la búsqueda de la satisfacción de las necesidades materiales, por imperiosas que pudieran ser, arrollando los valores espirituales. A mitad de camino la socialdemocracia se contente con mantener el capitalismo echándole arena en los cojinetes. Mientras la democracia liberal canta derechos individuales nominales ante los famélicos en precario, sacralizando meter una papeleta en una urna cada cierto tiempo. Tiempos revueltos, gentes airadas, actos violentos. El dolor de la injusticia sentida en las propias carnes. Si la injusticia se mantiene por un aparente orden en las calles impuesto, hay que salir a las calles a pegar tiros para que la justicia nos vaya trayendo el orden verdadero.

Que no cabe el orden sólo violentando los efectos de un desorden estructural. Es por lo que el fascismo no es solución, es la cara nueva del despotismo ilustrado. José Antonio fue el primer político de Europa, el único en su tiempo, tiempo de ascenso y triunfo de los fascismos, esperanza entonces también para muchas gentes de buena fe, que advirtió, explicándolo, de que el fascismo, por su carácter intrínseco, más que por sus accidentes y por sus circunstancias, no es solución válida. Quizá fuera esta observación razón no menor por la que uno de los intelectuales españoles de mayor enjundia, Don Miguel de Unamuno, calificara a José Antonio como una de las mentes de mayor calidad de Europa. Saber ver lo que se está viendo. Y en medio de su tiempo, de manera política, decirlo en su momento, llamando a la acción.

Hay que tener el valor de desmontar el capitalismo, hacer esto más que una tarea económica es una alta tarea moral. Haciendo una justicia social profunda los pueblos vuelvan a la supremacía de lo espiritual. No puede haber lo uno sin lo otro. El patriotismo auténtico, a través del patriotismo sincero, con su nombre propio España. A eso convoca José Antonio y no a otra cosa, entre las angustias y esperanzas de su tiempo.

Cuando se extiende que la patria es un señuelo que despliega la burguesía, para explotar a los hombres y que se maten en beneficio de los intereses de los financieros. Cuando se extiende que la religión es el opio del pueblo. Cuando la Paz Universal está al llegar, si espoleamos con la violencia a la Mano Invisible del Progreso, decapitando unos cuantos opresores, incendiando unos cuantos templos, fusilando opositores irreductibles, estorbos objetivos por encima de sus intenciones que dejan de importar. Cuando cada cual se apresta a defender lo que es suyo, a coger lo que le corresponde como sea. Cuando se llama a imponer por la fuerza Lo Importante, preparando la guerra que acabe con todas las guerras, haciendo lo que sea para vencer, a por la Victoria Final. El Fin de la Historia, la Justicia Universal, la Felicidad de los Hombres, el Paraíso aquí en la Tierra. No se va a dejar escapar nada por alguna debilidad. Tiempos duros a vencer con dureza, que lo que luego viene es la Infinita Felicidad y para Todos por Igual, acabando con el sufrimiento e injusticias del pasado, alcanzando, por fin, la era en que ya no haya conflictos, gracias a haber eliminado al último oponente, extendiendo la tolerancia, exterminando a los intolerantes. En cuanto la Humanidad disfrute de los beneficios eternos que vendrán de lo que hay que hacer, por muy cruel que sea, no se recibirá sino agradecimiento y toda clase de bendiciones. Todo al alcance de la mano. Entonces era así, ahora igual pero de otra manera, que se van haciendo las cosas más a escondidas.

El estudio definitivo, y definitorio, de José Antonio Primo de Rivera está hecho. Estudio científico que, más allá del tema concreto al que se dedica, ha quedado como ejemplo metodológico de buen hacer, no sólo en el campo de las ciencias sociales, sino que lo es también para cualquier campo del conocimiento en que se pretenda alcanzar la excelencia académica. Quien quiera aprender cómo se hace un trabajo intelectual bien hecho, se dedique a lo que se dedique, que lo lea, que lo estudie, que lo vea. De paso se enterará de quién era José Antonio. Lo que tradicionalmente se considera obra maestra, en cuanto acreditación de capacidad concretada en la realización de un objeto. Es el estudio de Arnaud Imatz sobre José Antonio Primo de Rivera, inicialmente tesis doctoral en Ciencias Políticas presentada en Francia en 1975, con desarrollo posterior. A toda prueba. Hay alguna edición traducida al español.

Está pues José Antonio perfectamente conocido y expuesto como referencia política, cultural, histórica, para quien pueda estar interesado en conocerlo, y esté dispuesto a formarse opinión propia. Es una más, como tantas otras, no hay porqué magnificarlo. Pero hay aspectos políticos, hoy más vigentes que nunca, que explican que haya quien se dedique a pretender borrarlo especialmente. Enterrarlo en un vertedero; que se pierda el recuerdo para los restos. Tirarlo por malo pero que nadie lo recoja y pueda ver qué es realmente.

En la Historia cabe todo. Podemos ir a rebuscar por curiosidad, o a por algo que nos pueda servir. Según para qué. Una referencia es, al encontrarnos un problema, plantearlo considerando cómo lo hizo alguien que también se lo encontrara. Luego lo que hagamos es cosa nuestra. Ir por delante de los acontecimientos para que no deriven en calamidades. Política de tradición viva. Y activa, porque sólo nos obliga lo que de vigente hubiera, no la mucha admiración que lo antiguo nos pueda seguir provocando. Es por lo que perder las referencias, no saber dónde pueden estar, incluso llegar a olvidar que fueron, es degradarse a seres sin cultura, caer en la animalidad.

La permanente discusión de qué puede seguir valiendo y para qué, o guardar nada más que por cariño. El sentido que pueda tener cada cosa a cada momento. Mejor no tirar nada, que los tiempos cambian, y algo menospreciado pueda volver a servir. Según lo que vayamos queriendo hacer. Que cada cual a su tiempo pueda revisar y escoger. Decidir. Organizar es siempre reorganizar, y un orden vivo es el que se mantiene renovándolo a cada momento otra vez desde su origen, en ejercicio de abierta integración, rebrotada continuidad, no persistencia de una estructura de inercia social.

Pero no es tanto cuestión de perder referencias como de hacérnoslas perder. Hay piquetes de guardia, confundiendo, desviando la atención, despojando, como una forma más de control social. Como se retiran armas cuya tenencia no se nos reconoce como derecho. No exponiendo, no argumentando, no entrando siquiera en discusión, sino falseándola, fabricando el imaginario de las gentes, que vayan por las buenas por donde tienen que ir. Que cada cual estemos enterados sólo de lo que necesitemos para hacer lo que nos asignan. Maniobras de confusión. Maniobras de elusión. Reescribir a cada paso, agitando señuelos, desorientando, borrando pistas, erradicando hasta la misma sensación de falta. Que no broten alternativas, que no aparezcan propuestas, no considerar siquiera a dónde vamos. Dejarnos llevar por quien sea. Conminados a que nuestra vida trascurra estabulados en la mescolanza de banalidades que configura el ambiente social, mientras se desguaza, constantemente, toda decantación institucional. Que por nada nos demos por aludidos. Que ni nos enteremos.

Si se hace esto con una referencia cualquiera se puede estar haciendo con las demás, con cada una que vaya interesando. Sustituirlas además por sucedáneos, para no dejar huecos que den qué pensar. Al evitar el contraste de todas las referencias, el que falte una sola, la que sea, es hurtarnos el debate real. Aislados por la sociedad anónima.

Quien colabora también lo padece, pero cada cual lleva su vida como puede. Y hay quien está feliz viviendo la degradación, si le conceden el triste orgullo de colaborar activamente en la implantación del desastre, liberación de la angustia por servidumbre moral, agresividad invertida hacia dentro, hundir hundiéndose, a cambio de un premio que, sea cuál sea, sólo pueden disfrutar a escondidas. No dar la cara abiertamente es su signo. El ir por detrás.

Y es siempre lo más sencillo. Convocatoria pública abierta. Que se levanten propuestas de articulación general, abiertas siempre a todos. Que si es para hacer algo juntos tiene que ser verdad. Mientras alguien presenta otra mejor. Lo que se dice una alternativa. Aunque haya quien piense que a la gente no hay que decirle la verdad, y aunque haya quien lo que se le diga piense que no es verdad. Una verdad escondida es lo que no vale. Que cada cual saque la suya, que diga cómo lo ve, y lo vamos confrontando, todas las que pueda ir habiendo. Quien quiera mentir que también pueda hacerlo, pero que mentiras y verdades se vean las caras. Que cada uno vayamos decidiendo. Es por lo que no podemos transigir, hay que deshacer la falsedad en cada intentona, y es muy sencillo: interpelar de frente. Que se vea, vamos a verlo. Ir diciendo lo que vemos, ir haciendo lo que decimos. Enunciado y acción directa. Ver mirando, mirar haciendo, y decirlo. Todo a las claras. Que todo el mundo lo pueda ver. Y quien quiera venir que venga. Este signo sí es el nuestro. Es el de siempre.

José Antonio se dedicó a enunciar España como tarea de integración, por unidades orgánicas con vocación de Imperio. Lo del proyecto sugestivo de vida en común. Y lo hizo de manera concisa, diríamos que esencialista. No hay que ser radical, dicen. Pero sin raíz las cosas se mueren. No todos tenemos que ser radicales, cada cual a lo nuestro, pero alguien tiene que estar cuidando la raíz, y que nos llegue a su través. Hay momentos de hacer afirmaciones determinadas, de escaparse del círculo vicioso del mal menor. Afirmación de un ideal como meta vital. Por eso quienes entendiéndolo lo asumen, lo hacen a su manera: José Antonio significa el ideal de España por excelencia, nosotros hacemos lo que podemos. Ni más ni menos. Nadie somos tope de nada. Nuestros actos, nuestros logros, nuestros fracasos, nuestros son. Nos inspiremos en quien nos valga, la responsabilidad ha de ser sólo nuestra sin escudarnos en nadie. Es la hora de cada uno. Que quien pueda hacer más, haga su más como quien hace su menos. El mismo José Antonio, además de hacer la indicación propia, hizo lo que a su vez pudo. Y quien no esté de acuerdo no lo está: el camino indicado por José Antonio no vale más, muy bien puede ser considerado inadecuado, hasta nocivo. Cada cuál por su lado y Dios con todos.

Pero se dan, se dieron, unas circunstancias históricas, que hacen a esta referencia pródiga en enseñanzas. Los choques sociales en España llevaron a una guerra civil, la discusión política desencadenaba la imposición por la violencia abierta, entremezclándose desorden y descontrol social, se produjo un alzamiento militar. Entre las voces que se alzaban, la de José Antonio, desde la cárcel, protestando por la usurpación de los símbolos políticos de su organización, denunciando una vez más la deriva perniciosa de los acontecimientos, haciendo propuestas a la desesperada. A tantos no se les hace caso.

El bando que logró imponerse, fue levantando la estructura del Estado, según su capacidad, mediocridad burguesa - ahora se ve mejor - orlada entonces, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de las camisas azules de la Falange, según denunciaba José Antonio poco antes de morir. Pero ese estado fue trayendo tranquilidad social y prosperidad económica, pasando el tiempo de los maximalismos. Aunque el régimen político estuvo haciendo uso de la vestimenta de la Falange, como organización política que teóricamente radicaba en sus fundamentos.

Los sublevados bien podían haber proclamado un programa de salvación nacional ante el desastre, buscando un consenso de base amplia. Pero inclinándose por la astucia y no por la honradez, fueron diciendo a cada uno lo que le gustar oír, para mandarlo al frente y quedarse atrás mangoneando.

Los carlistas contestaron que se ahorraran mentiras, que se sacrificaban por España, sabiendo bien que quienes de manera inmediata iban a sacar provecho eran políticos contrarios. Y con esta generosidad fueron decisivos en la victoria.
A los falangistas que los hechos consumados dejaron en el bando sublevado, les dijeron que tomaban posiciones para su revolución, luchando contra los enemigos de la Religión y de España, y a los renuentes los condenaban a muerte.
Por eso Ridruejo se plantó ante Franco y le dijo que ya que tenían que aceptarlo como Jefe Nacional de Falange, que capitaneara la revolución para España, que tan clara y precisamente había dejado explicada José Antonio.
Cuentan los testigos que Franco al oírlo dio puñetazos en la mesa, y se puso a gritar, que quién era nadie para exigirle eso, que tenía que haber hecho fusilar a Hedilla.
Y es la única vez que consta que Franco haya perdido los estribos.
Acabada la faena pretendieron licenciar la franco‐falange haciéndole cargar con todas las maldades.
Luego quedaron presentando a José Antonio como modelo, mientras se escamoteaba su doctrina política.
Mucha gente en España conoció a José Antonio desde la versión que el franquismo presentaba. Sin mayor problema, vestigio de un pasado que se superaba. Creyeron en él cuanto interesó, y hace tiempo que lo amortizaron. Pero hay quien le presta atención, y advierte de las contradicciones, lo que provoca irritación y por doquier. Cada cual las resuelve a su manera. El plantearse España también lleva a José Antonio. Si se rechaza de plano puede ser rechazado sin distinciones. Pero al encontrar alguna referencia significativa procede derivar una valoración discriminada.
Cuando alguien estudia a José Antonio advierte pronto la contradicción patente con el franquismo, si desde dentro lo plantea choca con quien pretende representarlo.
Solo cabe abandonar la sedicente Falange desengañado, mantenerse en lo descubierto luchando dentro de las propias capacidades, o incorporarse al tinglado de quienes sin creer en su validez declaman frases hueras de su mensaje, agarrándose a que no mienten porque José Antonio tampoco creía en lo que él mismo decía, como último remedo de legitimidad que les queda.

Para no quedar ellos como mentirosos es José Antonio quien tiene que mentir, y en eso basan su falangismo.
José Antonio define el ideal de España como él alcanza a entenderlo. Y hay quien llega a entenderlo como él. También se puede considerar de otra manera. Allá cada cual. Sin exclusivismos. Puede valer mientras encontramos algo mejor. Se reconoce como tal o se descarta. Si se descarta queda como una curiosidad más, de libre apreciación, de libre uso, de todos y para cada uno. Si se reconoce, es antes que nada como vínculo de exigencia personal, como referencia tanto por su indicación como por su estilo, por voluntad de aceptación plena. De ahí lo de José Antonio como ideal de España y hagamos lo que podemos. Exigencia y aportación de cada uno, la que pueda ser. Guía interna del buen hacer para muchas personas, fuera de alharacas. Otra cosa los oportunistas de turno, los mismos que ahora están en lo de ahora.

Aparecen en escena hombres de conciliación, aliviando tensiones, podemos estar tranquilos. Para considerarse seguidor público de José Antonio, falangista, cosa que se supone muy importante, la legitimidad puede venir de proclamar adhesión a lo que haga falta, en algún caso, o hasta de ir a misa los domingos; ni siquiera rezar el rosario a diario; basta con ser bueno a la manera del proponente de turno, incorporarse a determinada danza; cualquier cosa menos tomarlo a la tremenda, hay que creérselo pero no demasiado, no se altere la paz social que sea. Han sido años ofreciendo su imagen como ideal a la juventud, pero desde lejos. Y desde esto se puede seguir agitando la bandera como pastoreo, el tiempo que sea conveniente, luego ya no. Porque en nuestro tiempo ya José Antonio diría otra cosa, hubiera seguido evolucionando a conveniencia del expositor, que las metas señaladas no hay que tomarlas al pié de la letra, es más cuestión de un estilo de definición etérea. Quitando hierro. Quede todo lo más para entretenimiento, que poco a poco se vaya apagando. Y mejor si se le entierra malamente. Definitiva tumba en el olvido, cuanto antes. Y que se encarguen los suyos. Morirse desde dentro. Lo de no meterse en política, que trae complicaciones.

Gregarismo necesitado de una serie de iconos impostados. De esas gentes se movilizan coros publicitados, comparsas jaleadas, pretendidos herederos, que representen el papel que se espera de ellos, manipulación reductora invirtiendo precisamente el sentido. Quien pueda haber con intenciones honradas, no puede escapar de la responsabilidad por la imagen resultante entre acción propia e interferencias. Que también quien tomándolo fielmente como enseña se esfuerza como el que más. Dura es la pelea. Para afuera confundirlo con lo execrado por la historia, que hay que hacer ir revuelto por el sumidero de lo que ya no interesa.
Todo esto puede parecer pasado y de escaso interés, pero detengámonos donde radica la cuestión, en lo que José Antonio haya propuesto. Es sencillo saberlo. Lo enunció en pocas palabras y lo fue repitiendo, una y otra vez mientras pudo, cada vez mejor según iba madurando su pensamiento. Se puede decir de otra manera pero no más claro, esa es su importancia. Cuando se llama a una tarea común, abierta a todos, la que sea por quien sea, no se miente porque nadie en eso puede mentir. No son promesas a cambio de votos. Era lo mismo dicho por todas partes, pronto se sabía la cantinela. Expresado y explicado verbalmente, con poco margen para tergiversación. Valorado por lo manifestado, el espíritu expresado al pié de la letra, reiterativo y conciso. Es muy difícil torcer la interpretación. Por eso hay que acudir a lo de que mentía, que quería decir todo lo contrario de lo que dijo, que hiciera lo que hiciera sus intenciones eran otras, que el sentido que se desprenda de sus palabras, de sus actos, de su actitud, hay que tenerlo en cuenta sólo relativamente. Que hoy diría algo muy distinto. Que es fachada y detrás hay otra cosa. Que hay que entenderlo de otra manera, para no hacerle caso de ninguna. Mejor para todos entonces que no se conozca, que se pierda, porque ese sentido desaparece si todo eso no es verdad, y no es verdad para que no tenga sentido, y no tiene sentido para que no sea verdad.

Porque en lo que vaya quedando de España José Antonio tiene que desaparecer, como sea, cuanto antes, por inoportuno, entonces y más ahora, el aguafiestas iluminado crecido en escándalo con lo que nos ha venido después. Como tienen que ir desapareciendo tantas cosas más. Tener una cierta idea de España, la que sea, implica que España pueda ser de alguna manera, y nosotros a través de ella. No se nos reconoce ese derecho, no se nos concede. Visto lo visto interesa quitarlo de en medio, y que se pierda el rastro. No hay que dar ideas, no hay que dejarlas al alcance de cualquiera. No es que no valga la interpretación de España que hace José Antonio, puede ser una más, es que no vale ninguna. España no tiene que valer sea de quien sea la interpretación. Que ni se plantee .Ya está decidido. Lo han hecho por nosotros.
Cualquier cosa que pudiera haber sido España es algo a extinguir. Es de lo que se trata, en tiempos de José Antonio, y en estos tiempos con mayor razón. Cada cual a lo suyo, a lo que se le diga, y sin levantar la vista. Mejor adivinando lo que quieren de nosotros, que no haya que decir tanto las cosas. Vigilante retén sobre las cenizas no prenda algún rescoldo. Política es la historia en construcción, pero a nosotros pretenden que nos venga dada. Mejor siempre por las buenas que por las malas, que la vida se puede complicar.

Es sencillo saber lo que José Antonio propone. Bueno es que se sepa. En España hay mucha gente que debe saberlo y gente que lo sabe. No hay porqué callar. Allá cada cual. Cojamos un día, y a partir de ahí, nos va a bastar, lo veremos. Por ejemplo en el Circulo de la Unión Mercantil, en Madrid, el 9 de Abril de 1935, donde repitió todo una vez más. Léase con la debida atención.

Se entenderán muchas cosas. Hoy más claro que en el tiempo que se pronunció. Todo esto que ahora nos ocupa queda al descubierto. Y tantas personas. Cualquiera lo puede ver. Valioso para cualquiera que algo quiera hacer, lo que sea. Al menos para enterarnos mejor de lo que pasa. Luego que cada cual haga lo que crea conveniente. Reabre la cuestión. Es por lo que no podemos dejar que nos lo pierdan. Y decimos todo porque ahí está todo - salta a la vista - y cualquier cosa que además hubiera no puede estar en contradicción con esto. Lo que se quiera seguir ampliando va encajando, quedando claro qué es verdad y qué incrustación espuria, sin eludir nada. Salta a la vista, sigue saltando a la vista, no puede dejar de saltar cada vez que se quiera ver, cada vez que se lea. Deja las cosas en su sitio, y a las personas también, en constante exigencia de cuentas. En la política española, y en la historia cercana.

Por eso están esas gentes aplicadas a que sus textos sean inencontrables, incinerando ediciones a escondidas, o se editan revueltos con basura, que donde ellos no distinguen no quieren que quepa distinción, para que su figura se asocie con lo contrario de sí mismo, que se integre en el espantajo del huevo de la serpiente con despojos de todos los vencidos de la historia, agitado para miedo como control social. No dejar que hable. Muchas gentes no le perdonan que les deje en evidencia, cada una con sus razones, todas con sus motivos, en las maniobras más grotescas, convergencia significativa desde orígenes aparentemente distintos en pretender convertirlo en icono repulsivo, en hacer que se pierda el rastro, que se olvide.
Véase lo que dijo él mismo, y considérese su pertinencia, por uno mismo. En qué línea está. Qué camino marca. Que comparezca, y discútasele, critíquesele, atáquesele todo lo que se quiera. Pero que comparezca él y no su caricatura. Antes que derecho suyo es derecho nuestro. Y en razón de lo de ahora, considérese lo que de vigente haya. Que tal como están los tiempos bien puede servir. Salir del camino que nos lleva al desastre lo primero, luego a donde queramos que sea. Recuperar lo que se abandona.
Redescubramos, para nuestro fuero interno al menos. Y que sigan diciendo lo que quieran. Nosotros a lo nuestro, que es para lo que lo queremos. Que no es recibir nada hecho, sino rehacer cuanto nos llegue para poder trasmitirlo a nuestra vez, retomando todo cada vez desde el origen. Si queremos hacer algo, si queremos ser algo que merezca la pena.

Francisco Martín Castillo “Caco” (Ágora Hispánica) Julio de 2.011

NOTA: El autor adjunta, fruto de su propia selección, los siguientes textos fundamentales de José Antonio Primo de Rivera, que iremos publicando por separado en los próximos días:
  • Discurso de fundación de Falange Española (Teatro de la Comedia. Madrid. 29 de octubre de 1933)
  • Discurso de proclamación de Falange Española de las J.O.N.S (Teatro Calderón. Valladolid. 4 de marzo de 1934)
  • España y la Barbarie. Conferencia (Teatro Calderón. Valladolid. 3 de marzo de 1935)
  • Ante una encrucijada en la historia política y económica del mundo. Conferencia (Círculo de la Unión Mercantil. Madrid. 9 de abril de 1935)
  • Discurso sobre la Revolución Española (Cine Madrid. Madrid. 19 de mayo de 1935)
  • Discurso de clausura del Segundo Consejo Nacional de la Falange (Cine Madrid. Madrid. 17 de noviembre de 1935)
  • La Falange ante las elecciones de 1936. Discurso (Cine Europa. Madrid. 2 de febrero de 1936)
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Comentarios

CUR ha dicho que…
Quien haya leído a José Antonio sabe que nada tiene que ver con la estirpe de los políticos al uso. No hay que esforzarse ni siquiera plantear su limpieza y altura de miras. Es claro que le mueve una vocación de altísimo servicio y que todo en él es un claro entendimiento de la España metafísica esa que no muere, ni siquiera ahora.
el sintético. ha dicho que…
Hasta aquí el resumen...

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