EL DESAFIO DE ETA A LA LIBERTAD Y UNIDAD DE ESPAÑA

Conferencia introductoria a la cuarta tertulia del Krak, pronunciada el 2 de diciembre de 2011 en la Cruz de Malta, en la plaza de Olavide

Buenas tardes y bienvenidos a una nueva edición de esta tertulia del Signo del Krak, que poco a poco y no sin dificultades, se va consagrando como un espacio de discusión falangista y abierto, donde todas las sensibilidades mahones se dan cita una vez al mes, para charlar, debatir, enseñar y aprender acerca de diversos temas que nos afectan y que requieren, por parte de la sociedad, una respuesta en términos falangistas.

Cuando Nacho Cavanas me pidió que presentara esta tertulia de hoy, la verdad es que tardé apenas unos segundos en aceptar la propuesta, probablemente por mi natural inclinación para meterme en líos y para colaborar con quien me lo pide o me lo acepta.

Después, más sosegadamente, y cuando trataba de preparar esta exposición aportando al debate falangista algo más que opiniones conocidas o manoseadas, es cuando me di cuenta de la verdadera dimensión del lío en que me había metido, especialmente cuando además me encuentro con la responsabilidad de la introducción de los temas de debate en solitario.

Y es que tengo la sensación – quizá equivocada, ya lo veremos - de que el tema de ETA, del terrorismo en general, como tantos otros de carácter general (el aborto, la unidad de España, etc.) son de esos temas en los que los falangistas, y otros muchos no falangistas, solemos estar de acuerdo y, por tanto, una tertulia al respecto podría ser francamente aburrida y anticipable en sus contenidos.

Sin embargo, el sólo repaso de los acontecimientos recientes, con el supuesto fin de la llamada “violencia de ETA” y las diversas reacciones sociales me indicaron que quizá merecía la pena hablar un poco de ello y obtener conclusiones.

Por otro lado el terrorismo y especialmente el de ETA, es uno de esos temas de los que, como ya dije en una tertulia anterior, no podemos ir al catecismo falangista a buscar respuestas, porque no las hay.

A mi modo de ver esto es muy bueno porque, de una lado, nos obliga a los falangistas a pensar, a tener opinión propia, a plantearla y someterla al dictamen de la sociedad, de manera que la sociedad pueda, por fin, decir lo que los falangistas pensamos acerca de un tema cualquiera, por lo que decimos, y no por lo que se supone que decimos, por lo que se nos entiende o por lo que entresacan de nuestros clásicos.

Por otro lado, el hecho de que exista una coincidencia razonable – insisto, ya lo veremos al final – entre los falangistas, acerca de nuestra posición frente al terrorismo, pese a no haber una sola línea escrita al respecto, demuestra que nuestra ideología, nuestro cuerpo doctrinal y de pensamiento, nuestros principios morales y de conducta están definidos claramente, más allá de los textos de nuestros fundadores. Tienen vida propia, tienen un marco y un contenido y con esos marcos y esos contenidos, somos capaces de dar respuestas comunes a temas actuales sin referirnos a lo dicho antes por nadie, pero sin desentonar de ellos.

José Antonio Primo de Rivera no se refirió, hasta donde he podido encontrar, más que dos veces al término “terrorismo” en toda su corta y tempranamente cercenada vida; en ambas ocasiones, de manera muy colateral a las declaraciones que estaba formulando, y dando por hecho que su interlocutor sabía a qué tipo de terrorismo se refería José Antonio. Las dos veces se refirió al terrorismo anarquista – a lo Mateo Morral – y sus declaraciones eran en relación a los éxitos del régimen impuesto por su padre – la dictadura – una vez acabada ésta, refiriendo cómo Don Miguel había acabado con el fenómeno anarquista durante sus años de mandato. Era, en todo caso, antes de que José Antonio hubiera comenzado su vida política. Una entrevista que le realizó César González Ruano y un pequeño artículo en que se refirió a lo mismo muy de pasada.

No es, obviamente, que el terrorismo sea un fenómeno moderno, pues desde luego nuestros camaradas de hace casi 80 años y otros muchos que no lo eran, lo conocieron bien de cerca; ¿qué otra cosa sino práctica del terror, es decir, terrorismo, era la persecución y aniquilación sistemática de los militantes de una organización política concreta – la falange - y por extensión de todos aquellos que profesaban un credo – la religión católica - o simplemente, no profesaban el credo de los terroristas – monárquicos, republicanos díscolos, derecha tradicional, tradicionalistas, conservadores, etc.?

No es tampoco que el problema de las posiciones independentistas fuera menor, pues como todos recordaréis forma parte de uno de sus alegatos más difundidos – el de la triple amenaza- ya en su época.

Muy al contrario, de hecho, las declaraciones de independencia se produjeron, ya en el 34, con más decisión incluso que ahora y debieron ser aplastadas por las armas.

El problema es que esa clase de terrorismo, de práctica del terror, tenía causas y objetivos bien distintos a los del terrorismo del final del siglo pasado y del actual, es decir, el producido durante 51 años ya, por ETA, pese a lo que digan los “demócratas” acerca de su duración. Luego hablaremos de ello.

Entonces, las aberraciones del miserable Sabino Arana estaban recién formuladas y, como bien dice Iñaki Ezquerra en un libro llamado “Sabino Arana, o la sentimentalidad totalitaria” -recomendable, por cierto, pese a sus permanentes referencias el nazismo, al fascismo y otras lindezas en un “totum revolutum” muy habitual en él – calaron mucho menos en las generaciones de peneuvistas de principios del siglo XX y del franquismo que en las denominadas en la actualidad, de la “Kale Borroka”.

No es que no estuvieran ya formuladas, es que era pronto para que nuestros fundadores le pudieran prestar la debida atención antes de que fueran asesinados en 1936 y pronto también para que las consecuencias que ahora todos conocemos, hubieran calado en las generaciones del “Bucle melancólico” que tan correctamente definiera otro nada sospechoso autor como Jon Juaristi, en un libro de ese mismo nombre, también muy recomendable, con las mismas reservas.

Ya saben a lo que me refiero, a la tesis sobre la melancolía, de Giorgio Agamben, reformulada por Juaristi, respecto del “nacionalismo” vasco: “en las reclamaciones “abertzales” – dice él usando un término que a mí me enferma, por lo que supone de concesión del lenguaje, como después veremos también – no hay pérdidas u ofensas reales que exijan ser reparadas, sino la necesidad, propia de los trastornos melancólicos, de adelantarse a la pérdida, para ganar siempre.”: En versos de Trueba:

“Tantas lágrimas tragas, mar de Cantabria,
que parecen tus olas, olas de lágrimas”.

Ser refiere Juaristi, al hecho de que en la base del nacionalismo vasco, existe la patología melancólica que consiste en llorar las pérdidas que en realidad nunca se produjeron y que, por tanto, no se pueden recuperar, dando pervivencia perpetua al sentimiento melancólico de recuperar lo perdido en un bucle sin fin.
Esta teoría, tan brillantemente formulada, no es baladí, porque en definitiva marca la hoja de ruta del secesionismo etarra – en perpetua reclamación de cosas que nunca fueron suyas – y señala además algo que conviene recordar ya, para su análisis posterior: La patología melancólica no tiene final; sus aspiraciones, anticipadas a la pérdida, como ya hemos visto, seguirán aumentando en busca de nuevas cotas, vez tras vez, independientemente de cuántas cotas alcancen y por ello, el desafío de ETA a España, a su libertad, a sus instituciones y a su unidad, sólo puede ser respondido con la aniquilación, la extirpación del mal, la cauterización de las heridas y la erradicación de la enfermedad. Ninguna otra solución, por “democrática” y consensuada que parezca, resolverá el problema.
Pero volvamos al hilo de lo que decíamos hace un momento. Recordábamos la diferencia esencial entre el terrorismo que vivieron nuestros fundadores y el actual, no porque aquel no tuviera los fundamentos del actual sino porque el de origen secesionista no tuvo apenas tiempo de ponerse en marcha entonces.

Entre estas frases que voy a leer ahora, lo único que media es tiempo:
“Nosotros odiamos a España con nuestra alma, mientras tenga oprimida a nuestra patria con las cadenas de esta vitanda esclavitud. No hay odio que sea proporcionado a la enorme injusticia que con nosotros ha consumado el hijo del romano. No hay odio con que puedan pagarse los innumerables daños que nos causan los largos años de dominación.”

“Nosotros, a ningún maketo, a ningún españolista odiamos tanto como al español o españolista que, conociendo de alguna manera la historia de Bizkaya, se la da falseada, adulterada y españolizada al pueblo bizkaino, para servirse de él en provecho de algún partido español”.

“los españoles y los bizkainos españolistas y liberales: tales son los enemigos de mi patria.”

“Les aterra el oír que a los maestros maketos se les debe despachar de los pueblos a pedradas. ¡Ah la gente amiga de la paz…! Es la más digna del odio de los patriotas”
“En odio al español como invasor, andamos muy cortos los bizkaínos patriotas de hoy, comparados con aquellos de otros siglos que en su idioma llamaban extranjeros a los españoles y los recibían a flechazos y a tiros.
Todas estas “perlas” son de Sabino Arana. Atendamos esta otra:

“El vasco medio, que no cumpla con sus deberes de ciudadano debe sentirse amenazado en su casa, en su trabajo, en la calle, si no colabora con la resistencia o, peor aún, si es traidor”

Este texto es de “Insurrección en Euzkadi, colección cuadernos de ETA, nº 20”, que podemos encontrar recogido en “El saqueo de Euskadi”, de José Díaz Herrera e Isabel Durán.

Estas son las claves de la diferencia de terrorismos que vivieron nuestros fundadores y el del terrorismo separatista de ETA y todo su entramado:

La naturaleza del primero consistía en aniquilar al enemigo por la mera razón de ser considerado como tal. De pertenecer a nuestro movimiento. Ser falangista, especialmente, pero ser católico, en general, o de derechas, o monárquico, o republicano pero conservador o cualquiera de los estigmas propios de los no marxistas y anarquistas era condición suficiente para ser asesinado.
Dos grandes diferencias surgen pues, con la patología melancólica descrita antes: En primer lugar la causa es ideológica, y el enemigo es el, política y moralmente, contrario. Se mata al que tiene o se le supone una ideología contraria, de forma selectiva y con el único fin de aniquilarlo.
Hasta la llegada del Frente Popular, no es o no parece ser una acción contra el poder establecido para inculcar en la población más miedo a las acciones terroristas que a las acciones del Estado. No se busca la complicidad de la población con la causa terrorista, en base al miedo, como busca el terrorismo actual, sino la aniquilación del enemigo por su condición política, moral e ideológica. Eso es todo. Eres azul: te mato.
La segunda diferencia es que, con independencia de la legitimidad o ilegitimidad de la causa que pretenda sostener el ejercicio del terrorismo moderno, - y aquí se podrían introducir para la polémica las causas irlandesa o palestina, por ejemplo - los medios empleados, válidos todos, por supuesto, en su macabro proceder, el terrorismo actual no acaba con el denominado “cese de la violencia” por muy definitivo que sea. Perdura mientras perdura el miedo y el efecto del miedo, y se instala en otra patología conocida que se llama “Síndrome de Estocolmo”, muy conocido en casos individuales, pero nada reconocido en términos sociales.

El síndrome de Estocolmo, cuyas consecuencias veremos luego, es lo que vive en la actualidad nuestra sociedad, tras el anuncio de ETA.
Mientras el final de nuestra guerra civil, por ejemplo, supone - con la sola excepción del maquis, que ya emplea métodos terroristas modernos, es decir, que pretende atemorizar más a la población por sus propias acciones que por las acciones de la Guardia Civil – que cesa el miedo a ser eliminado por tu condición política, el anuncio de ETA ni supone el final de su amenaza sobre España, su libertad y su unidad, ni supone la victoria del Estado y las instituciones, sobre el terrorismo.

Y por eso nuestros fundadores se refirieron a la persecución roja en términos distintos al terrorismo – que no al terror, que sí lo denominaron como tal – y no hay referencias al terrorismo con condicionantes actúales, patológicos, que a los herederos de Sabino Arana les costó muchos años inculcar en las ikastolas libres de maketos. A Sabino Arana, por ejemplo, José Antonio no lo mencionó jamás, excepto como parte de una conversación con Unamuno donde éste, y no José Antonio, lo mencionaba ridiculizándolo.

Así que como decía, nos toca formular nuestras propuestas y convicciones, como falangistas pero sin textos a los que recurrir.

Dejadme, por cierto, que aquí introduzca una autocrítica a las que soy tan aficionado. He citado varios autores y libros, y probablemente lo haré todavía más a lo largo de la exposición. Ninguno es de falangistas. Tengo una razonable biblioteca en la que los textos dedicados al terrorismo etarra son, con ser muchos, sólo una parte de los publicados; ninguno es de un falangista.

Junto a los ya mencionados, podría citar a José María Calleja “algo habrá hecho”, Edurne Uriarte, varias obras, Álvaro Baeza “Eta nació en un seminario”, Carmen Gurruchaga, varias Obras, Matías Antolín, varias obras y algún libelo, Julio Eyara “Antología de Sabino Arana”, Raúl González Zorrilla “terrorismo y postmodernidad”, Ignacio Gordillo “Memorias de un fiscal”, Irene Villa, varias obras, Enrique Rodríguez Galindo “mi vida contra ETA”, Adolfo Careaga “El reto separatista”, Daniel Portero, “la trama civil de ETA”, Jesús Laínz “Adios España”, José Díaz Herrera “Los mitos del nacionalismo vasco”, Fernando Savater, “El gran fraude”, Manuel Cerdán y Antonio Rubio “Lobo, un topo en las entrañas de ETA”, César Egido Serrano “Euskadi, el crimen y las sombras”, Mikel Azurmendi “la herida Patriótica”, Soares Gamboa “Agur Eta”, Kepa Aulestia, “Crónica de un delirio”, Isabel Pisano, “yo terrorista”, Jorge Cabezas, “Yo maté a un etarra”, “terrorismo, víctimas y medios de comunicación”, de varios conocidos periodistas, Cristina Cuesta, “contra el olvido”, Xavier Vinader, “Operación Lobo”, José Luis Orella, “la tergua de ETA” (este autor no es falangista pero es caso como si lofuera, todo hay que decirlo), Francisco Alcaraz, “Una rebelión cívica”, Alfonso Merlos, “¿rendirse ante ETA?”, Ángeles Escrivá, “Eta, el camino de vuelta”, Isabel San Sebastián, “El árbol y las nueces”, Rosa Díez, “porque tengo hijos”, y otro montón de obras más entre las que destaco “Vidas Rotas”, de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey y “la década del terror”, que mi amigo y camarada Miguel ángel Vázquez tuvo a bien recordarme hace ya unos meses, y que fue publicad por Dyrsa, le editorial de “El Alcázar”, firmada por el equipo editorial.
No dudo que habrá alguno por ahí; Me consta de hecho que Iván García Vázquez, como también me recordó Miguel Ángel Vázquez trabaja en ello, pero, ¿no os parece que una vez más, los falangistas tenemos que poner remedio al importante problema de no decir lo que pensamos, decirlo, poco o mal, en los foros menos apropiados a veces y de escribir bien poquito?
He citado personas decentes, incluso muy decentes, y personas miserables, incluso muy miserables; aún más, a etarras metidos a escritores. He citado víctimas, como no, pero echo de menos una actitud decidida por parte de los falangistas a publicar sobre los asuntos que nos debieran preocupar, y sobre los que tenemos que dar respuestas. ¿51 años de terrorismo etarra y no hemos publicado apenas nada? Me incluyo en la lista, sin duda, pero revisemos nuestras prioridades de comunicación, porque mientras no lo hagamos, seguiremos siendo comparados explícitamente con ETA, en tanto que fascistas e incluso, como el propio Ezquerra, con alusiones concretas a los falangistas.
Pero si la sensación de ser un tema ya manido y supuestamente resuelto, por una lado, y la falta de referentes ideológicos escritos, por otro, me hacían plantearme la duda de qué pinto yo hablando de esto, en una tertulia azul, sobre un tema no azul, y me fui respondiendo que quizá había razones como las expuestas, para abordar los temas, aún hubo otra duda que me asalta siempre que alguien me pide una intervención en relación con el terrorismo.

Y es que, ¿quién soy yo para hablar de terrorismo? Sí, soy una víctima directa del zarpazo terrorista, pero ello no me convierte ni en especialista en el tema, ni en falangista, ni en mejor persona. No tengo más autoridad para hablar de esto que cualquiera de vosotros…pero menos tampoco… y eso empezó a tranquilizarme.
Empecé a evaluar si, en realidad, yo aporto, en mi visión personal, valor añadido al discurso falangista. Y me dije: “bueno, falangista ya eras antes del asesinato de tu padre, y lo has seguido siendo después. Eres hijo de falangista, nieto de jonsista y biznieto de asesinado en Paracuellos, y ninguna de esas cosas ha dejado de ser verdad ni antes ni después del asesinato de tu padre”.

Pero además me aferré a un discurso que siempre hemos mantenido en casa, piensen lo que piensen nuestros detractores, e incluso nuestros amigos: Nosotros somos víctimas directas del terror, elegidas, en principio, para cumplir con la misión terrorista de establecer el miedo como método de convicción y adhesión a su abyecto proyecto político, mediante el asesinato indiscriminado. Cierto
Además, en mi casa estamos convencidos de que la elección del blanco cumplía con un doble objetivo, tratándose de quien se trataba, asesinando al golpista Ynestrillas. Ignoro si los etarras lo sabían o si eran conscientes del impacto que eso tenía; pero afirmo que quienes facilitaron que el atentado pudiera producirse sí eran conscientes de a quién eliminaban, por su condición de enemigo político, al estilo de lo que hemos descrito para los tiempos de nuestros fundadores. También cierto. Y si no, que se lo pregunten a Juan Carlos Girauta, al PSC y a los villanos que aplaudieron la muerte de mi padre.
Pero por encima de todo eso, nosotros somos parte de la Víctima Colectiva del terrorismo etarra. Somos parte del pueblo español que pretende ser sometido por el terror a los intereses miserables de los asesinos independentistas herederos del odio sabinista.

Esa es la absoluta convicción y la absoluta verdad. Con independencia de la selección particular de determinadas víctimas – Carrero, por ejemplo, en tanto no sólo que Presidente del Gobierno sino de continuador de un régimen, otra vez con la anuencia extraña de fuerzas “ocultas”, llamémoslo así, interesadas en un cambio de régimen de manera inmediata – la Víctima, con mayúsculas, la verdadera Víctima es España y sus piezas cayeron por ser españoles o vivir en España; por ninguna otra razón.
Militares, policías, guardias, jueces, funcionarios, civiles, hombres, mujeres, niños, ciudadanos americanos de paso o afincados en España, panaderos, taxistas, concejales, políticos, todos… fueron elegidos para forzar a España y al pueblo español a admitir las tesis separatistas, la independencia al cabo y de paso la anexión de Navarra, por hastío, por cansancio, por deseo de vivir en paz, por miedo a ser el siguiente, por nuestros hijos cuando van al cole, por esa preocupación de que el chaval tiene un amigo que es hijo de policía… y puede ser peligroso… para mi hijo.
Esta es la realidad y en eso sí tengo que aportar. Porque a la experiencia personal, como víctima directa, añado la experiencia asumida, evaluada, de Víctima Colectiva, de español y falangista militante que ha estudiado el fenómeno en tanto que animal político que soy, y que ha renunciado, con toda mi familia, al victimismo individual, al estado perpetuo de llanto y dolor familiares, que conservamos en nuestra intimidad y nos hemos declarado activos miembros de la víctima colectiva que es España, y por tanto beligerantes falangistas no contra la violencia y la muerte cobardes y gratuitas, que también, sino y sobre todo contra el proyecto político miserable que ampara el terrorismo de ETA.
No sólo, por tanto, contra la consecuencia, contra el medio del “Linaje de Aitor” como ellos dicen, que es la muerte cobarde y absurda, sino contra la secesión, la permisividad social, la rendición de España, la permanente deriva hacia la destrucción territorial, cultural y moral que es el separatismo del imaginario melancólico. En eso sí que como falangista y no como víctima, puedo aportar. Y eso fue definitivo para hallarme hoy ante vosotros, haciendo esta exposición.
Sin embargo, cabe destacar que esto es una tertulia; que de aquí yo esperaría, sea por la grabación, sea por el levantamiento de actas para posterior discusión y aprobación, sea por el procedimiento que sea, que las organizaciones y personas aquí presentes seamos capaces de ir generando un fondo documental, una puesta en común en éste y otros asuntos, que quizá sirvan algún día, para coordinar acciones y posiciones verdaderamente conjuntas. Que podamos saber de verdad, lo que piensan los falangistas y las falanges de este y otros temas, sin tenerlos que discutir de cada vez. Yo invito a los organizadores a prever este mecanismo y a tatar de dar continuidad documental a lo que aquí discutamos. E invito a los presentes a discutir.
Esto no es una conferencia, pues; es una tertulia y yo me limitaré a ir introduciendo elementos o tesis para la discusión, como los introducidos hasta ahora, o algunos nuevos que dejaré apuntados dentro de un momento. Me daré por satisfecho si logramos algunos puntos de consenso que permitan decir aquello de “lo que los falangistas pensamos es que…” sin tener que hacer matizaciones.

Vayamos pues a la cuestión central de esta tertulia: el desafío de ETA y el desafío de España.
Me gustaría, primero, empezar por los acontecimientos finales e ir marchando hacia atrás, porque creo que es importante buscar algunas causas, algunos errores o no tan “errores” pasados para el escenario de hoy.
Primero: ¿Cual es el desafío de ETA? ¿Cuál es el escenario actual?
Nuestra adormecida sociedad del Síndrome de Estocolmo, está feliz, encantada por el abandono de la “lucha armada” de la organización terrorista ETA. Algunos incluso festejan la victoria del Estado de Derecho y, por supuesto, de la democracia, sobre las tesis de “los violentos”, pues así les llaman. ¿Por qué?
Precisamente porque ETA maneja la situación de terror a la perfección y según su hoja de ruta. Porque la adormecida sociedad del Síndrome de Estocolmo, aún no ha comprendido que la muerte, dolorosa sí, es, sin embargo un simple medio para lograr sus fines, pero que lo verdaderamente importante para ellos son precisamente los fines.

Por eso cuando ya no son necesarios o útiles unos medios, utilizan otros y la sociedad, ¿qué hace? Aplaude. Unos les instan a cambiar votos por bombas, lo hemos oído hasta la saciedad; otros escriben en todos los lugares posibles cosas como “no puede caber en ninguna cabeza que ahora no se den contrapartidas”. Los más listos, a sabiendas de que la frase es una barbaridad, anuncian con aplomo que no habrá concesiones y no ha habido condiciones para, a renglón seguido, explicar que en realidad los acercamientos, las excarcelaciones, la relajación de las medidas policiales, son consecuencia de la política antiterrorista con independencia de la agenda de ETA.
No cabe más cinismo. Hemos visto estos días atrás la escenificación de la expulsión de ETA de una de sus asesinas históricas, “la tigresa”, asesina de mi padre. Hace un año, aparentemente, que firmó un documento, presentado por el gobierno al efecto, en el que supuestamente pedía perdón a sus víctimas y recibía a cambio, los primeros beneficios penitenciarios.

No me puedo creer que la oficina de correos funcione tan tal, porque, en ese año, ni mi familia, ni la del Coronel Vesteiro, ni la del Cabo Casillas, hemos recibido por medio alguno, esa petición de perdón. ¿No son nuestros los muertos?¿No tendremos que ser nosotros quienes recibamos la petición de perdón? ¿No deberíamos concederlo nosotros, antes de recibir ningún beneficio?
¡Por supuesto que no!, porque no hay ni el menor arrepentimiento, ni la menor intención de que lo haya. Hay una hoja de ruta que desembocaba en el “cese de la lucha armada”. Eso es todo. Pero sirve para seguir adormeciendo a la Sociedad, que sigue muerta de miedo pensando que quizá sea mentira, que si no hay concesiones, quizá vuelvan a matar. Y eso es lo único que les preocupa ¡Nadie se pregunta si volverán a pedir la independencia! ¿Por qué? Por dos razones: porque saben que ya lo están haciendo y logrando, como siempre, y porque a la Sociedad le importa una higa la independencia, con tal de que los niños, los maridos, los papás vuelvan a casa sin el riesgo de una muerte incierta. Puro terrorismo. Puro ejercicio del terror sin disparar una bala… todavía.

Por eso la insistencia en una nomenclatura perfecta que no es de ahora, que nació en los primeros tiempos, en el 59, y que ha logrado claramente sus objetivos hoy. Enseguida me referiré a ello, pero vaya por delante que la característica que señala nuestra somatizada y sodomizada sociedad es esa de “los violentos”, de donde se infieren dos cosas, que la violencia es mala y que sólo la violencia es lo que les hace malos, pues en “democracia” todo se puede debatir.

Pero antes de seguir con esto, analicemos también el desafío de ETA con la dichosa carta. Hace un año que fue firmada, según se ha publicado y ya se mencionó cuando las víctimas arremetimos contra las medidas de gracia de aquellas cárceles que, como la de Nanclares, “ya no albergaban etarras, sino ex etarras”. Ya saben no albergan asesinos, sino ex asesinos.
¿Cómo se deja de ser un asesino? ¿Cómo se deja de ser violador?

Mentiras aparte, lo que me importa es la expulsión de Idoia López Riaño, que se produce después del final de la “lucha armada”. Como castigo al abandono, o más bien al acogimiento de las medidas de gracia. Pero ¿cómo? ¿No se habían rendido? ¿No habíamos vencido en esta “guerra” en la que sólo mataban unos? ¿Cómo es posible entonces que expulsen a los débiles? ¿No es una muestra de debilidad el propio cese de la “lucha armada” sin supuestas condiciones? ¿No están inhabilitados para expulsar a nadie porque ellos mismos han cedido ante el Estado?
¡Claro que no! Mantienen su legitimidad bastarda intacta, jamás han entregado las armas ni los restos de su infraestructura, mantienen la estructura “combatiente” en plena forma, esperan del colectivo de presos que aguanten el asalto final y lo de dejar de disparar es porque ya no cumple con la función para la que fue creado el atentado y la muerte, o mejor dicho, no lo hace mejor que el resto de los otros medios que emplean en la actualidad.
Por eso necesitan escenificar la expulsión, por otro lado intrascendente para ellos.

¿Qué cuales son las otras armas? Por de pronto el mantenimiento del terror bajo el síndrome de Estocolmo: el de hacer rápidas concesiones “para que no vuelvan a matar”, “como premio al abandono”, según el imaginario colectivo.

Pero además, no nos olvidemos, han incorporado la cláusula que permite la anexión de Navarra, han tomado cientos de alcaldías y concejalías, gobiernan en San Sebastián y en la Diputación de Guipúzcoa, han “internacionalizado” el conflicto, mediante la miserable conferencia de paz, tienen grupo parlamentario propio o casi, en la nación de la que pretenden la secesión y a la que desean destruir, han aumentado hasta el infinito sus fuentes de financiación a cargo del Estado al que odian … ¿Para qué quieren matar si con el superávit de miedo que la sociedad del síndrome de Estocolmo tiene en el cuerpo, están garantizados los objetivos que se buscan matando? ¿Dónde está la victoria del Estado de Derecho? ¿De verdad los “vascos y vascas” acuden a votar libres de toda preocupación, cuando premian con grandes dosis de miedo y votos las candidaturas asesinas?

Su desafío no es otro que declarar la independencia. Con los resultados actuales ahora tienen dinero, medios de comunicación, acceso a los medios de otros, un campo de preparación triunfalista que les dará, sin ninguna duda, la mayoría en el gobierno vasco en la próxima renovación - no tan lejana - y con ella y la imprescindible colaboración de los nacionalistas de derechas, declararán unilateralmente, amparados por su propia cámara, la Independencia del País Vasco, al amparo de las barbaridades jurídicas permitidas por el saliente gobierno Zapatero y sus tejemanejes ante el Tribunal Constitucional, respecto al Estatuto Catalán: una de las grandes aportaciones de José Luis Rodríguez Zapatero al sumario de su propia Causa General que algún día la historia, al menos, instruirá contra él.

Está muy clara la hoja de ruta, el desafío a nuestra integridad y, desde luego a nuestras libertades por parte de ETA, pero, ¿y para España? Para el Estado, para los españoles compatriotas de esos otros miles de vascos que también son y se sienten españoles y viven encogidos consciente o inconscientemente bajo el Síndrome de Estocolmo o simplemente como españoles orgullosos ¿Cuál es su desafío? ¿Con quién cuentan? Y sobre todo ¿Cómo resisten?

Esta es una difícil pregunta que nos tenemos que hacer los falangistas. Sólo un vasco que se declare vasco y, por lo tanto español allá, en el campo de batalla, merecerá del resto de los españoles en general y de los falangistas en particular, una respuesta positiva a esas preguntas.

El Estado, España, no tiene más alternativa que acabar definitivamente con ETA y la ideología en que se ampara: la secesionista, primero y de color político, el que sea, después.

No puede permitirse ceder un ápice, no puede conmutar una pena, no puede ser generoso con los asesinos, no puede dejar de perseguir a los que aún faltan por ser atrapados, no puede conceder indultos, excarcelaciones, beneficios,… no puede ser aún más débil de lo que ya es, porque todos esos signos, son interpretados por el terrorismo y sus secuaces, en su justa medida y entendidos a la perfección. No hay duda, en un bucle melancólico que nunca alcanzará todas sus pretensiones, simplemente porque antes de lograrlas anticipa otras, ya lo hemos explicado antes.

El desafío del nuevo gobierno es el mismo que tendría con una organización de tráfico de niños. Perseguir, capturar, juzgar, encerrar y destruir. Cualquier otro signo, es un claro mensaje hacia la debilidad y un escarnio tanto para la víctima colectiva como, en este caso, para todas y cada una de las víctimas individuales que, si bien para ellos no tenían la menor importancia, podían generalmente no tener nombre, para nosotros tenían, todas y cada una de ellas un lugar insustituible y una misión que cumplir. Los que, como mi padre, decidieron la vida de la milicia y asumían entre los riesgos las balas asesinas, y los que como otros muchos no tuvieron la oportunidad de elegir su inmolación, sino que se la dieron forzada, se revolverán en sus tumbas, si se cede al desafío.

Quiero referirme al origen, para terminar, de todo este síndrome, porque algún día tendremos que buscar responsables. Quiero acusar a todos los que, durante el franquismo y con posterioridad, ampararon el terror porque hicieron alianza con él, para beneficio de sus intereses. Quienes se permitieron la mentira, tantas veces repetida, de que al principio tenían razón, porque luchaban contras Franco. Nunca mayor falacia fue más perversa y tuvo peores efectos. Contra el franquismo apenas luchó nadie pero mucho menos aquellos a los que lo único que importaba, como hoy, era su independencia y por tanto les traía sin cuidado quién estuviera al frente del “invasor”. El Estado claudicó, conmutó penas, concedió amnistías (antes y después de la muerte de Franco), la oposición celebró el asesinato del presidente del Gobierno, como los socialistas aplaudieron el asesinato de mi padre, pero lo cierto es que la muerte y el terror arreciaron muerto Franco, con mucha más virulencia. Volvieron a atentar, esta vez fallidamente, porque esta vez no había intereses ocultos para que saliera bien, contra otro presidente de gobierno, Aznar y contra el monarca, en una de sus innumerables vacaciones a costa de los españoles.

Porque les trae sin cuidado lo que le pase a España; porque, como afirmara el propio Sabino Arana: “si a esta nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros, como la mayor de las desdichas, como agobia y aflige el ánimo del náufrago, el no divisar en el horizonte ni costa, ni embarcación, el que España prosperara y se engrandeciera”.

Admitir talde, lucha armada, violentos, ekinza, abertzale, y tantas y tantas otras cosas que hemos permitido desde los años 60, (finales de los 50) en que nació ETA, forman parte de esa traición colectiva a la que España no se puede sustraer hoy, pero a la que el juicio de la historia no podrá sustraerse mañana.

Para terminar y para dar paso a vuestras propias intervenciones, dejadme que os lea un pequeño fragmento del prólogo de “Vidas Rotas”, a cargo de Fernando García de Cortar y Ruiz de Aguirre, a propósito de la naturaleza de la víctima y como homenaje individual a todas y cada una de ellas:

“Deseando agravar nuestra condena al hablar de la arbitrariedad del asesino, acabamos por elevar la categoría de quien mata. La víctima no es una circunstancia en la vida del terrorista. La víctima no es objeto que se encuentra a disposición de un sujeto libre. La víctima no ha elegido serlo, no ha escogido su propia muerte: ni el lugar ni el momento. Esa persona que muere es un ser vivo, un hombre o una mujer dotados de inteligencia, de dignidad, de carácter irrepetible. No seremos nosotros quienes deshumanicemos a la víctima otorgándole protagonismo y conciencia, voluntad e individualidad solamente en el momento en que su vida acaba, o inscribiéndola en ese no-lugar moral que es la casualidad que le hizo estar en el sitio y en el momento inadecuados.

Porque se trata de personas concretas, que gozaban de su existencia única y que fueron escogidas por el asesino. En el momento en que se convierten en víctimas, nada hay de dejación de libertad en su sacrificio, sino de defensa de la vida misma, del sentido de la decencia y de la convicción de ser personas libres. De no haberlo sido, su muerte habría carecido de sentido, no sólo para nosotros, sino para la repugnante lógica del criminal. Su muerte tiene un significado y no reconocerlo es añadir una segunda muerte que atañe al juicio moral y político de lo que condenamos. Lo que ha guiado la mano del terrorista no es el azar, sino la necesidad. En los actos que han ido tendiendo la trampa mortal que culmina segando la vida, el asesino no desea matar a un ser concreto, sino a una abstracción. Sus víctimas son aquellos que no son sus compatriotas: es decir, quienes no han querido compartir su hábitat delirante, quienes han adquirido la condición de extranjeros por no querer ser ciudadanos de una nación de pesadilla. El verdugo desea que ese país tenebroso se exprese a través de la muerte, que su voz suene a disparo y su tiempo permanezca en la agonía de quien ha sido declarado <>. Sin embargo, la víctima es la sustancia: el terrorista el accidente. La víctima no ha deseado morir, pero las circunstancias de una muerte violenta no le arrebatan un ápice de su elección del modo en que deseaba seguir vivo.

¿Consideraremos que, por la más extraña de las paradojas, el criminal da vida a la víctima a la que mata, simplemente porque esa persona pasa a adquirir una consistencia pública, una concreción que nos hace conocerla? ¿Dejaremos que esa muerte sea un hecho accidental para la víctima y un acto de voluntad para el criminal, sin comprender que la calidad verdadera de nuestras víctimas es haber querido ser españoles? Y españoles como debe entenderse hoy esa palabra: ciudadanos de un país plural, libre, votantes de la derecha o de la izquierda, empresarios u obreros, guardianes del orden público, intelectuales o amas de casa, residentes en cualquier punto del país. Pero, en todos los casos, miembros de esa comunidad nacional en la que todos podemos ser víctimas y en la que los que ya lo han sido murieron, en muchas ocasiones, explicitando su compromiso con el porvenir en libertad de España o, sencillamente, afirmando la vida, negando el carácter abstracto, la fragilidad personal, la carencia de firmeza cívica que esperaba el asesino.

En eso reside no sólo el mejor homenaje a las víctimas, sino su verdadera identificación.”
Muchas Gracias, espero sus intervenciones.

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