Calla, Cayo

Que es heredero del diablo es una realidad prácticamente irrefutable, pues lo es ideológicamente y sucede, a la postre - con varios años e individuos de por medio – en la jefatura de su partido al mismísimo diablo: Santiago Carrillo.

O es que la atrofia cerebral del español medio ha llegado a convertirse ya en rasgo diferencial, más que es deformación temporal.
Cayo Lara, en su intento de denostar con su habitual verborrea falsa y de revancha al finado, ha declarado un par de perlas que merecen atención pues, no en vano, corremos el riesgo de que lo que él ha pretendido fueran lodos sobre su cadáver, para otros podrían llegar a convertirse en señales inequívocas de decencia personal y coherencia política.

Y es que Cayo Lara está muy preocupado por que Fraga se haya montado en la Barca de Caronte “sin que su partido haya condenado el franquismo”, entre otras lindezas.
A Cayo Lara no le preocupa que ni él ni el diablo hayan renegado jamás de la ideología que ha dejado un centenar de millones de muertos en la historia reciente del mundo, merced a la aplicación del principio de libertad manufacturado por Carlos Marx y comprado y adaptado por Lenin, Stalin, y todos sus herederos morales y físicos; no le ha preocupado tampoco que el hoy distinguido contertulio radiofónico, padre putativo de la transición, antes diputado en Cortes y, por cierto, compañero de aventuras del finado, sea además y mucho antes, un asesino miserable, que hubiera tenido que cargar con la responsabilidad culpable directa e inmediata de sus miles de muertos en Paracuellos del Jarama y de otros muchos miles más mientras estuvo al frente de el organismo competente en esas lides en el Frente Popular, de no haber sido porque personajes como el finado se empeñaron en un borrón y cuenta nueva – al que llamaron amnistía - que, al final, sólo está sirviendo para poder perseguirles a ellos mismos, una vez muertos y sin posibilidad alguna de defenderse, por quienes sí se sienten protegidos por la citada ley de la transición.

Y es que es lógica la confusión, toda vez que correspondería a quien se afilió a la Falange en su juventud y desarrolló la mitad de su carrera política durante el franquismo, ocupando varias carteras ministeriales, entre ellas la de Gobernación, comportarse como apuntó Cayo Lara sin pensar - que no es costumbre de los comunistas desmemoriados usar la cabeza para otra cosa que para apoyar el puño cerrado – aunque no fuera más que por coherencia y respeto hacia sí mismo, como miembro de ese franquismo del que se pretende la condena.
Porque nada más estúpido y mas atroz – y más frecuente en estos días de miseria moral colectiva – que acusar al franquismo de todas las atrocidades imaginables, y a sus más variopintos representantes de ser, por el contrario, especies de Caballos de Troya que, desde dentro – y con todo el poder, los medios, las atribuciones y los estipendios correspondientes al cargo – pretendían la modernización del Régimen, su aperturismo y actualización… en contra de la voluntad del propio Franco, que debía ser muy malo, pero tonto del bote a la vez, según se deduce de todos estos luchadores por la libertad.
En esto, todo hay que decirlo, se han aunado las voluntades de peperos y sociatas y tras un lavado de cerebro voluntario y colectivo, se han olvidado de sus orígenes, sus responsabilidades, las de sus ancestros y las del “sum sum corda”, de un plumazo.

Pero resulta que no fue así. El partido Popular de la segunda legislatura de Aznar, cuando más abultadamente gobernaba con mayoría absoluta, votó unánimemente una moción en el Congreso de los Diputados - en sede parlamentaria – precisamente condenando el franquismo de la que la inmensa mayoría de los allí presentes eran herederos, lo cual fue, a mi juicio, amén de una bochornosa traición y una estupidez al sol, una especie de disparo en la sien, por ver si, de no morir como consecuencia del impacto, al reponerse se convertían de repente en auténticos demócratas con pedigrí y Denominación de Origen. Y Don Manuel ni fue excepción, aunque ya no estaba en el parlamento, ni se pronunció en contra, como hubiera correspondido al cuatro veces Ministro de Franco. ¡Mira para lo que sirvió el gesto! ¡Se muere Fraga y a pesar de todo se lo tiran a la cabeza!

Pero Cayo, en realidad, ha llegado más lejos. En sus intempestivas, falsas e inoportunas declaraciones, se ha lamentado de que Fraga haya podido eludir una hipotética y deseable acción de la Justicia – suponemos y no erraremos mucho, que al mejor estilo de su antecesor, el diablo – “mientras tenemos que ver cómo luchadores por la causa de Memoria Histórica, como el Juez Garzón, se sientan en el banquillo” o ello se deduce de sus declaraciones.
A ver si te enteras esta vez, memo: Garzón se sienta ante la Justicia por ser un presunto delincuente. Por prevaricar de manera habitual, por aprovecharse de su posición, por sacarle pasta a los grandes banqueros y empresarios de las diversas energías y las comunicaciones para su uso personal, por intervenir torticeramente las comunicaciones de acusados y defendidos a su antojo practicando lo que, según él opina, se hacía de manera habitual en “la oprobiosa dictadura” que tanto dice aborrecer, por pedir partidas de defunción de Franco, por reinterpretar la ley, la historia, la justicia y todo lo que se le cruza por su mente ególatra e interesada, pese a que todo el mundo, incluido él mismo, con ocasión de la querella contra el Diablo, opinó acerca de los delitos anteriores a la amnistía, por juzgar a muertos donde no ha habido pelotas de juzgar a los vivos, entre otras cosas porque eso implicaría tener que enfrentarse a los fantasmas propios, por querer salir en la foto a cualquier precio… mientras fuera un buen precio.
Por todo eso se sienta en el banquillo Garzón y yo espero verlo condenado al amparo de inequívocos textos como el que le dedicó nada menos que Zaragoza, que había sido su fiscal en la Audiencia y que, por tanto, no tiene nada de sospechoso.

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